25 septiembre 2007

Los últimos momentos de sor Lucia (de Fátima) narrados por su superiora del Carmelo Sor María Celina de Jesús Crucificado, del convento de Coimbra

COIMBRA/ROMA, lunes, 24 septiembre 2007.- En el Carmelo de Coimbra (Portugal) sor Lucía siempre ocupó la misma celda, y «desde allí voló al cielo», escribió en su memoria su superiora, sor María Celina de Jesús Crucificado.

El pasado viernes, en Roma, los numerosos invitados a la presentación del libro «L'ultima veggente di Fatima – I miei colloqui con Suor Lucia» («La última vidente de Fátima – Mis conversaciones con sor Lucía») –del cardenal Tarcisio Bertone, con el periodista Giuseppe De Carli; editado por RAI Eri - Rizzoli- pudieron presenciar, en exclusiva, la proyección de un video-reportaje sobre el convento de Coimbra donde vivió la religiosa.



Ingresó en él en 1941. Desde 1950 pasó a formar parte establemente de la comunidad, habiendo profesado el 13 de mayo del año anterior. Tomó el nombre de Sor María de Jesús y del Corazón Inmaculado. En la clausura se ocupó de distintos encargos.

Realizado por Elena Balestri y De Carli, el reportaje televisivo va mostrando los escenarios que tantas veces recorrieron los ojos de la vidente de Fátima, y relata que amaba rezar el rosario, y que trabajó hasta que los dedos, deformados por la artrosis, se lo hicieron posible.

Para millones de devotos de Fátima, los lugares donde Sor Lucia pasó casi 57 años «son misteriosos; en televisión -comentan los realizadores- vimos a la vidente de Fátima con ocasión de las peregrinaciones de los Papas, Pablo VI y Juan Pablo II, y su última aparición es de octubre de 2000, mientras reza desde el coro del convento una decena del Rosario en conexión con la Plaza de San Pedro».

De ahí el carácter ciertamente excepcional de la filmación que, el pasado julio, «gracias a la Santa Sede, realizó un equipo en el convento de Coimbra», observan.

El convento, el claustro, el jardín, la imagen de la Virgen a cuyos pies se sentaba, un pasillo al que se asoma la celda de Sor Lucia. El espectador puede contemplar estos lugares. La comunidad religiosa ha decidido dejar la celda de Sor Lucía abierta, como si estuviera presente. En la puerta cuelga la inscripción: «Corazón inmaculado de María. Mi corazón inmaculado será tu refugio».



En el interior de la estancia se conserva el lecho donde murió, con una fotografía que la muestra abrazada a la superiora. Sostiene en su mano el mensaje de Juan Pablo II de consuelo y de cercanía espiritual en su enfermedad; también se ve un corderito de peluche, regalo de un sacerdote italiano.

Completan la celda imágenes de los tres pastorcillos y de la Virgen, una butaca, la silla de ruedas, un sencillísimo escritorio con los diccionarios que consultaba a diario mientras escribía, un rosario, un altavoz gracias al cual seguía la misa y los momentos de oración comunitaria.

Superiora de Sor Lucia durante seis años –la última por orden de tiempo-, Sor María Celina recibió al equipo televisivo, junto a Sor María del Carmen, hermana de comunidad de la vidente de Fátima durante 52 años. De hecho ésta acompañó a Sor Lucia a Fátima el 13 de febrero de 2000 por la beatificación de sus primos Jacinta y Francisco, una celebración que presidió Juan Pablo II.

De las conversaciones con las dos religiosas anfitrionas se desprende, en el reportaje, la vida de recogimiento de Sor Lucia, de soledad y silencio, apartada de la curiosidad de la gente: «en el exterior, como todas, en el interior como ninguna».

«Cuando ingresé, tardé ocho días en reconocer a Sor Lucia» -recuerda Sor María del Carmen-; «una hermana me dijo: "Madre, ¿si te llevara un trozo de pan que comer por la noche?". Y me dije que con seguridad no podía ser aquella. En cambio lo era».

Recuerdan los realizadores en el reportaje que uno de los últimos pensamientos de Sor Lucia fue para el Santo Padre, que en Roma estaba internado en el Policlínico Gemelli; la vidente ofreció sus sufrimientos por él.

Ofrecemos la traducción del diálogo mantenido en el reportaje con la superiora de sor Lucia.

¿Vio más veces a la Virgen María sor Lucia?

No hablaba fácilmente de esto. En los últimos años, en cambio, relataba la extraordinaria experiencia de 1917. Pero no decía «yo», sino «los pastorcillos»: se refería siempre a ellos. La imagen de Nuestra Señora no era como ella la deseaba. A veces le parecía fea, no se correspondía a la precisión de su recuerdo, no era la que el artista había plasmado a partir de su descripción. Es un poco lo que le ocurrió a santa Bernadette.



Y a quien hablaba de un cuarto secreto, de un secreto no desvelado, ¿qué le respondía sor Lucia?

Que nunca están satisfechos; que cumplan lo que pidió la Virgen, que es lo más importante. Cuando alguno observaba: «sor Lucía, dicen que existe otro secreto...», ella miraba irónicamente. «Si existe -rebatía- que me lo cuenten. Yo no conozco otros».

¿Cómo era Sor Lucia como religiosa?

Era una persona que emanaba alegría. Viví con ella 28 años y noté que era una persona que cuanto más avanzaba en edad más reencontraba una infancia evangélica. Parecía de nuevo la niña que en la Cueva de Iría había tenido las apariciones. Cuanto más pesado se hacía el cuerpo, más ligero se hacía el espíritu.

¿Se apagó poco a poco, casi dulcemente?

Cuando tuvo necesidad de ayuda, pusimos su cama en el centro de la celda y todas nosotras alrededor, junto al obispo de Leiría-Fátima. Yo estaba de rodillas junto a ella. Sor Lucía miró a todas y al final me miró a mí la última. Fue una mirada larga, pero había en sus ojos una luz profunda que llevo en mi alma.

¿La siente aún cercana?

Le rezo siempre y sé que ella ruega por nosotros. Hay cosas que no necesitan palabras: basta un gesto, un pensamiento. Antes Sor Lucia tenía problemas de oído. Ahora ya no. Ahora entiende todo hasta sin palabras.




Apariciones en Fátima (01:32:22)



Apariciones en Fátima: 1ª parte(06:45)



Apariciones en Fátima: 2ª parte(06:08)



Apariciones en Fátima: 3ª parte(07:03)



Apariciones en Fátima: 4ª parte(04:00)



Apariciones en Fátima: 5ª parte(03:11)


21 septiembre 2007

Nuevo arzobispo católico para Moscú

El padre Paolo Pezzi sustituye a monseñor Tadeusz Kondrusiewicz

CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 21 septiembre 2007 .- Benedicto XVI ha nombrado nuevo arzobispo de la archidiócesis de la Madre de Dios en Moscú (Rusia) al padre Paolo Pezzi, FSCB, hasta ahora rector del seminario mayor «María Reina de los Apóstoles» en San Petersburgo. La archidiócesis de la Madre de Dios en Moscú (superficie 2.629.000, población 58.820.000, católicos 200.000, sacerdotes 128, religiosos 267, diáconos permanentes 1) en la Federación Rusa.

Según informó este viernes la Santa Sede, el Papa ha nombrado al mismo tiempo a su predecesor, monseñor Tadeusz Kondrusiewicz, arzobispo de Minsk-Mohilev (Bielorrusia), quien vivió en ese país los primeros años de su ministerio episcopal, de 1989 a 1991, antes de haber sido trasladado a Moscú, donde ha sido pastor de la comunidad católica durante quince años.

Con motivo de estos nombramientos, la representación de la Santa Sede ante la Federación Rusa ha difundido un comunicado en el que manifiesta el «reconocimiento» de Benedicto XVI y de los católicos rusos a monseñor Kondrusiewicz.

«A su obra se debe el que en 1991 se emprendiera el proceso de reconstrucción del país de las comunidades y estructuras católicas, prácticamente sin estructuras desde finales de los años veinte del siglo XX por el régimen soviético».

El 13 de abril de 1991 Juan Pablo II firmó un documento con el que restablecía la estructura de la Iglesia católica en Rusia, a través de la creación de nuevas diócesis católicas en las ciudades de Moscú, Novosibirsk y Karaganda, y nombraba a seis nuevos obispos.

«A su nombre quedarán ligadas importantes fases del renacimiento de la presencia -tradicional, aunque minoritaria- de los católicos en Rusia, como el restablecimiento del Seminario “Reina de los Apóstoles” y la restitución a los fieles de iglesias, en particular, la catedral de la Inmaculada Concepción en Moscú, que volvió a ser consagrada solemnemente en 1999».




Además, a él se debe «el renacimiento de la actividad editorial con publicaciones de numerosas obras teológicas, litúrgicas y de carácter social y científico (Enciclopedia Católica), la organización de numerosas conferencias y encuentros sobre la vida familiar y social y, en particular, sobre los diferentes temas teológico-bíblicos, la construcción de nuevas instituciones diocesanas, entre las cuales la más importante es la nueva curia diocesana en Moscú».

El comunicado recuerda que monseñor Kondrusiewicz «sucede en la sede episcopal de Minsk-Mohilev al cardenal Kazimierz Świątek, un auténtico confesor de la fe, que vivió intrépidamente la experiencia de la persecución» como testimonio de la gran estima que siente por él el Santo Padre.

En una entrevista a «Radio Vaticano» monseñor Kondrusiewicz dijo que acogía el nombramiento «con gran alegría, con obediencia al Santo Padre y con gran espíritu de responsabilidad», aunque admite: «Dejo aquí una parte de mi corazón, pues aquí comencé desde cero».

«Hoy tenemos estructuras», confesó el prelado, «hay también muchos presbíteros: comencé con pocos sacerdotes -dos o tres- hoy en mi diócesis hay más de 130». En 1999 tuvo lugar la primera ordenación de un sacerdote católico en Rusia, después de ochenta años.

Por lo que se refiere a la nueva misión en Bielorrusia, monseñor Kondrusiewicz dijo: «Regreso con espíritu de esperanza para continuar con el trabajo que ha realizado el cardenal Świątek junto con otros obispos, con el desarrollo de la Iglesia, para establecer buenas relaciones con la Iglesia ortodoxa y con la sociedad».

La archidiócesis de Minsk-Mohilev tiene una superficie 69.800, población 4.800.000, católicos 210.000, sacerdotes 74, religiosos 111.

El nuevo arzobispo de Moscú, el padre Paolo Pezzi, FSCB, nació el 8 de agosto de 1960 en Italia (Russi, Emilia Romaña). Estudió filosofía y teología en los años 1985-1990 en la Universidad Pontificia de Santo Tomás.

Fue ordenado sacerdote el 22 de diciembre de 1990, en la Fraternidad Sacerdotal de los Misioneros de San Carlos Borromeo, surgida del carisma de monseñor Luigi Giussani. Se doctoró en teología pastoral en la Universidad Pontificia Lateranense de Roma con el tema: «Católicos en Liberia: orígenes, persecuciones, hoy».

Desde 1993 ha desempeñado su ministerio en Rusia. Desde 2004 era profesor en el Seminario de San Petersburgo y desde 2006 rector.

Nuestra fuerza es la obediencia, recuerda nuevo Arzobispo de Minsk


ROMA, 22 Sep. 07 (ACI).-Mons. Tadeusz Kondrusiewicz, quien fuera hasta hace unos días Arzobispo de Moscú y que ahora va a dirigir la Arquidiócesis de Minsk en Bielorrusia, señaló que está "siempre al servicio de la Iglesia. Soy como un soldado: cuando mi jefe me pide ir a un puesto o a otro, siempre estoy disponible. Nuestra fuerza es la obediencia".

"Voy a Minsk con gran alegría, obediente al Santo Padre y con espíritu de gran responsabilidad. Dejo Moscú porque esta es la voluntad de Dios: la voluntad del Santo Padre, para mí, es la voluntad de Dios y debo trabajar en donde Él me pide hacerlo", dijo el Prelado a radio vaticano.

Mons. Kondrusiewicz explicó luego que deja en Moscú "una parte de mi corazón porque aquí todo lo inicié de cero: me encontré con la necesidad de reconstruir las estructuras, la Catedral, las comisiones, armar la Curia, construir el instituto teológico, luego el Seminario. Hemos impreso más de 600 libros en ruso -solo en mi Arquidiócesis.

"Ahora dejo todo esto -prosiguió- en una condición de dinamismo en nuestras relaciones y creo que mi sucesor continuará mi trabajo para la salvación del pueblo de Dios, también para establecer buenos contactos con las autoridades civiles, la sociedad rusa y la Iglesia Ortodoxa rusa".

Tras destacar que inició su ministerio episcopal en Moscú con "pocos sacerdotes -dos o tres-", el Prelado resaltó que "hoy en mi diócesis hay más de 130. Sobre todo está en aumento el número de jóvenes, niños, catequistas; la catequesis está desarrollada así como las obras de caridad... Hay bases, en resumen".

El nuevo Arzobispo de Minsk va a Bielorrusia "con espíritu de esperanza, porque conozco muy bien Bielorrusia: he trabajado -he nacido en Bielorrusia- entonces vuelvo a mi Patria.

Conozco a los sacerdotes, a los obispos. Vuelvo con espíritu de esperanza para continuar ete trabajo que ha hecho el Cardenal Swiatek junto con otros obispos, continuar con el desarrollo de la Iglesia, establecer buenas relaciones con la Iglesia Ortodoxa, y sobre todo con la sociedad. Para hacer esto pido las oraciones de todos".

El arzobispo católico de Moscú se despide dando gracias al patriarca ortodoxo

MOSCÚ, martes, 23 octubre 2007.- Publicamos la carta que ha enviado al Patriarca ortodoxo ruso, Alejo II, el arzobispo saliente de la arquidiócesis de la Madre de Dios en Moscú, monseñor Tadeusz Kondrusiewicz, nombrado por Benedicto XVI arzobispo de Minsk-Mohilev, Bielorrusia.

El próximo sábado será ordenado el nuevo arzobispo de la archidiócesis de la Madre de Dios en Moscú (Rusia), el padre Paolo Pezzi, FSCB, hasta ahora rector del seminario mayor «María Reina de los Apóstoles» en San Petersburgo.

* * *

Su Santidad, Patriarca Alejo II:


Con su altísima resolución, promulgada el 21 de septiembre, el Papa de Roma Benedicto XVI, me envía a un nuevo lugar de servicio en la arquidiócesis de Minsk-Mohilev.

Después de 16 años de cuidado pastoral de los católicos rusos, regreso a mi país natal dejando en Moscú una parte de mi corazón y recordando felices momentos de próspera cooperación con la Iglesia rusa ortodoxa y con Su Santidad.

Con profundo agradecimiento por la ayuda para hacer frente a los retos del mundo moderno, le agradezco a Usted el alto aprecio que dio a nuestra labor en las palabras de bienvenida en el Consejo de las Conferencias
Episcopales de Europa donde destacó que «la comunidad de católicos rusos iene un sincero respeto por parte de la Iglesia ortodoxa rusa».

Quedando de Usted en fiel estima, veo el futuro con la esperanza de ue nuestras Iglesias desarrollen el diálogo y la cooperación.


Con una oración a Dios,


Arzobispo Tadeusz Kondrusiewicz




"Встреча со св. Хосемарией в Бразилии в 1974 г." (28:10)




"Встреча со св. Хосемарией в Венесуэле в 1975 г." (27:30)




"Подарок от Бога". Видео о жизни св. Хосемарии. (52:15)







15 septiembre 2007

El encuentro con el patriarca ortodoxo de Moscú, Alejo II, según el cardenal Peter Erdo

Entrevista al primado de Hungría y presidente del CCEE

ROMA/MOSCÚ, miércoles, 12 septiembre 2007.- La capital rusa fue escenario el 15 de junio de un importante encuentro -en el marco de dos días de consultas entre las Iglesias ortodoxa y católica- entre el patriarca Alejo II de Moscú y de todas las Rusias y el cardenal Peter Erdo, primado de Hungría y presidente del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), al frente de la delegación católica en la ocasión.

Los fundamentos antropológicos y éticos del Magisterio, con especial atención al orden social, a los derechos humanos y a la dignidad de la persona, fueron temas en los que se concentraron los representantes ortodoxos y católicos, como comenta en esta entrevista el purpurado húngaro, haciendo balance de esas jornadas.


¿Cuáles son los frutos de la consulta en Moscú?

En Moscú en los últimos años ha habido varias consultas entre católicos y ortodoxos. En mi caso se trataba de una consulta entre los representantes de la Iglesia ortodoxa rusa y del CCEE o, con mayor precisión, de la Iglesia católica. Hubo representantes también de dos dicasterios: el Pontificio Consejo Justicia y Paz y la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe, con expertos y altos oficiales. Estuvieron presentes además dos obispos que se ocupan de la justicia y la paz a nivel europeo. Por lo tanto nuestra delegación estuvo formada por personas capaces de afrontar el tema que se propuso por parte ortodoxa.

El tema era la dignidad humana y los problemas fundamentales en perspectiva de la Doctrina Social de la Iglesia: problemas y realidades antropológicas que son necesarios para construir la sociedad según el mensaje de Jesús, según los principios del cristianismo.

En primer lugar, nos escuchamos detenidamente, porque se trataba de una serie de coloquios verdaderamente entretenidos, intelectual y espiritualmente. Los colegas ortodoxos eran profesores de alto nivel y conocían perfectamente nuestra tradición común, la doctrina de los Padres de la Iglesia, además de ocuparse de la filosofía cristiana.

Por ejemplo, se profundizó verdaderamente en la noción de la dignidad humana, así como en algunos elementos de la justicia y de la Doctrina Social en cuanto tal, esto es, el problema relativo al lugar específico de la Doctrina Social de la Iglesia.

Muchos, conmigo, fueron de la idea de que la Doctrina Social, así como la Bioética, son todavía partes autónomas de la Teología Moral porque se trata de un juicio moral sobre la realidad de un sector determinado. Un sector tan complicado, de hecho, que los conocimientos especializados que se requieren para la concreta respuesta moral cristiana están casi construyendo disciplinas autónomas.

Con todo, tanto la Bioética como la Doctrina Social de la Iglesia tienen en cualquier caso una estructura argumentativa que es propia de la Teología Moral. Esto quiere decir que toda materia específica debe estar cualificada según la herencia y riqueza de nuestra fe, por lo tanto según el Magisterio. Pero no basta con conocer los principios; se necesita llegar a la realidad concreta que requiere, en este complejísimo mundo de hoy, muchos conocimientos, si queremos, científicos o bien ligados a las ciencias seculares. Por esto el diálogo que el cristianismo está desarrollando con las ciencias modernas es un diálogo necesario también para llegar a las respuestas concretas y convincentes a estas cuestiones tan actuales y tan difíciles de nuestras sociedades.

Así que uno de los frutos ha sido que hemos reconocido que católicos y ortodoxos tienen la misma tarea de buscar la respuesta cristiana a estos problemas tan actuales. Después hemos visto también que es necesario profundizar las bases, la manera de actuar, formular nuestros principios de fe que son comunes en tales cuestiones, pero que han utilizado diversas nociones durante la historia de la Teología. Por esta razón es necesario profundizar en todos estos sectores y concretar un poco cuáles serían los interrogantes a examinar juntos en el futuro. De ahí que uno de los frutos podría ser la continuación de este diálogo. La parte católica podría organizarse acogida por el CCEE, mientras que en cuanto a los ortodoxos seguro que los diversos patriarcas presentes en Europa tendrán interés en este coloquio común nuestro.

Otro gran resultado ha sido también el encuentro con el Patriarca Alejo II. Se trató de un evento muy cordial y de la expresión de los sentimientos entre los católicos húngaros y los ortodoxos rusos. El año pasado mantuvimos una correspondencia con el Patriarca Alejo sobre el perdón en lo relativo a la historia común de los pueblos rusos y húngaros. Esta correspondencia fue acogida con mucho interés y también con cierta alegría por muchos. Otros, en cambio, preguntaron cómo es que los húngaros pueden perdonar o bien cómo pueden decir que también ellos, durante la historia, hicieron algo contra el pueblo ruso. Pienso que la reconciliación debe ser siempre mutua y la actitud adecuada es siempre la apertura de los corazones o como dijo Juan Pablo II «la purificación de la memoria».

En este contexto tuve el honor de entregar al Patriarca Alejo II una reliquia de nuestro primer rey cristiano, San Esteban, quién murió en el año 1038, un momento en que la Iglesia estaba todavía unida; [era] antes del cisma. Por esto San Esteban no es sólo un santo para la Iglesia católica, sino que está reconocido también y fue canonizado por el Patriarca [ortodoxo ecuménico de Constantinopla] Bartolomé en el año 2000.

Entre los ortodoxos existe una comunión en cuanto a la veneración de los santos, pero para un patriarcado, para una Iglesia autocéfala se necesita un decreto, una decisión para generalizar el culto de una persona canonizada ya en otra Iglesia ortodoxa. En el momento en que el Patriarca Alejo II besó la reliquia de San Esteban y prometió introducirla en la serie de reliquias de los santos venerados en la Basílica de Cristo Salvador en Moscú, esto para mí equivalía a un reconocimiento general por parte de la Ortodoxia rusa.

En cuanto Hungría, los ortodoxos rusos ya han celebrado la fiesta de San Esteban en los años anteriores, por lo tanto la veneración local existía también precedentemente. Este momento, este gesto de la entrega de la reliquia fue inolvidable y también constituye un recuerdo del hecho de que las reliquias de los santos son apreciadas y veneradas tanto en la Iglesia ortodoxa como en la católica.

Durante la consulta ortodoxo-católica, tuvo oportunidad de reunirse con el metropolita Kirill [jefe de la Oficina de Asuntos Exteriores del Patriarcado Ortodoxo de Moscú. Ndr]. ¿Qué temas trataron?

Ante todo, tuvimos la suerte de presidir las mismas sesiones de trabajo común. El metropolita Kirill hizo también su aportación intelectual a nuestro coloquio. Y además naturalmente en nuestro diálogo personal tuvimos ocasión de buscar una metodología para el futuro para la continuación de este diálogo tan importante para Europa. Ciertamente estamos muy próximos en el reconocimiento de que las sociedades europeas tanto de Oriente como de Occidente tiene un cierto "vacuum" en su fundamento moral. Esto es, toda la vida social no puede estar regulada únicamente por el derecho positivo humano, sobre todo cuando la autoridad humana, legislativa, piensa que tiene toda la libertad de legislar como le parezca a la mayoría.

Pero estamos convencidos de que para la eficacia del derecho es necesario también que esas normas tengan una relación directa con el conjunto de la realidad, con toda la realidad objetiva. En muchas culturas se habla en este contexto de derecho natural y es ciertamente necesario que la sociedad pueda sentirse moralmente obligada también en la observancia de las leyes. Si no, la alternativa sería una criminalización de la sociedad que parece ser un peligro real. Por lo tanto las bases morales del derecho y de la vida de la sociedad hay que reforzarlas. Esto constituye un desafío tanto para los ortodoxos como para los católicos. Es ésta la razón por la que debemos continuar nuestras consultas y debemos también concretar, tal vez con un pequeño grupo preparatorio, los temas para un futuro congreso.

¿Cuáles han sido los puntos de dificultad o de conflicto en los trabajos de esos dos días?

No diría que ha habido conflictos. Ciertamente estamos en busca del método de colaboración, pero esto, en mi opinión, no significa conflicto. Hay que moverse en un nivel muy específico: por una parte, se trata de cuestiones de Teología práctica, sobre todo de problemas de las sociedades de Europa que hay que afrontar como cristianos. Por lo tanto se trata de cuestiones científicas, pero este coloquio empeña de alguna manera, pero no en los vértices, también a las Iglesias, esto es, el problema metodológico es cómo involucrar a las Iglesias en este diálogo más bien práctico y científico.

El CCEE naturalmente no es un órgano para la doctrina de la Iglesia católica. Se ocupa muy frecuentemente de cuestiones pastorales actuales en la sociedad europea. En este sentido existe también una plataforma común. Así el aspecto científico y el aspecto eclesial se encuentran, pero es necesario proceder con mucha delicadeza para identificar los niveles y las formas institucionales de esta implicación eclesial en la parte científica del diálogo.

¿Cuál será la próxima etapa del diálogo hacia la unidad?

El diálogo hacia la unidad no se realiza en esta sede. La gran unidad, la plena comunión de los cristianos, es algo que, por un lado, se lleva adelante mediante el trabajo modesto, diario, de muchos expertos, que requiere mucha humildad, mucha paciencia. Por otro lado, la plena comunión de los cristianos es un don de la Providencia Divina, es un don del Espíritu Santo que no puede planificarse. Nuestras fuerzas humanas no bastan para restablecer la unidad. Es por esto que debemos también orar intensamente para que podamos ver que la Providencia Divina puede regalarnos cosas inesperadas. Además hay diferentes niveles del diálogo: está el nivel del diálogo dogmático entre la Santa Sede y las diversas Iglesias ortodoxas; ahí el órgano responsable es el Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, con el cardenal Walter Kasper al frente. Existen también otras relaciones entre Iglesias locales ortodoxas y católicas, o bien diversos patriarcados y diversas comunidades católicas locales.

La Iglesia húngara tiene la fortuna de mantener contactos en su territorio con cinco Patriarcados ortodoxos que tienen alguna estructura jerárquica en nuestro país. Estas relaciones se desarrollan bien y se manifiestan también en encuentros comunes, congresos, conferencias, asimismo en una cierta hospitalidad en lo relativo a nuestras fiestas. Naturalmente no existe entre nosotros la plena comunión y por lo tanto no puede existir siquiera la concelebración de la liturgia. En este punto nuestros hermanos ortodoxos son igual de sensibles, si no más, que nosotros mismos. Pero durante la Misa de Navidad, a medianoche, como invitados tenemos a varios obispos ortodoxos o a otros representantes de las Iglesias o comunidades cristianas.

Espero que estos encuentros sean aún más frecuentes y más cálidos. Contemplo también otras posibilidades: congresos organizados conjuntamente por diversas comunidades. Así, la Universidad Católica de Budapest, su Facultad de Teología y la de Derecho Canónico, y después las cuatro Facultades teológicas de la Universidad Babes-Bolyai de Cluj-Napoca –Rumanía-, mantienen desde hace más de siete años encuentros regulares y congresos comunes sobre temas muy actuales.

El cardenal Kasper mencionó que el encuentro con el Papa y el Patriarca Alejo II podría celebrarse en un año. ¿Cuál es su opinión al respecto?

Ante todo, ni con el Patriarca Alejo ni con el Metropolita Kirill he hablado de tal encuentro. Ni siquiera he hecho la pregunta porque no es de mi competencia. Ciertamente hace algunos años se hablaba hasta de la posibilidad de un encuentro en Hungría, pero estoy convencido de que la cuestión central no es dónde encontrarse, sino cuándo y en qué contexto. Seguramente serán los más altos responsables de nuestras Iglesias quienes buscarán la solución adecuada. Es seguro y estoy también convencido de que nadie por parte católica quiere crear dificultades ni en la sociedad ni en la Iglesia rusa. No se trata de un forzamiento, sino más bien de un gran sueño porque un encuentro entre el Santo Padre y el Patriarca Alejo constituiría un gran símbolo para los cristianos de Europa y de todo el mundo.

¿Cuál considera que es la aportación de Benedicto XVI al diálogo hacia la unidad de las dos Iglesias?


Si nos referimos a la ortodoxia rusa, ciertamente la intensificación del diálogo puede observarse en los últimos años, tal vez también porque ésta ha sido la primera reacción de la ortodoxia tras su elección. Porque en su persona y en su doctrina el mundo ortodoxo ve una cierta garantía de la identidad en la tradición cristiana común, la posibilidad de encontrar una amplia plataforma común en lo que concierne a nuestra fe, también en lo relativo a la puesta en práctica de nuestra fe en la sociedad.




"Встреча со св. Хосемарией в Перу в 1974 г." (26:56)



"Встреча со св. Хосемарией в Испании в 1972 г." (26:52)



"Встреча со св. Хосемарией в Чили в 1974 г." (28:10)



"Встреча со св. Хосемарией в Аргентине в 1974 г." (28:10)

Un ecumenismo bajo el signo del diálogo, amor y colaboración

Entrevista a monseñor Vincenzo Paglia, obispo de Terni-Narni-Amelia

SIBIU, viernes, 14 septiembre 2007.- La nueva etapa ecuménica necesita cada vez más un diálogo bajo el signo del amor y la colaboración entre todos los cristianos, afirma monseñor Vincenzo Paglia, obispo de Terni-Narni-Amelia.

Lo dijo el prelado, presidente desde mayo de 2004 de la Comisión de Ecumenismo y Diálogo de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), en una entrevista concedida a Zenit, durante la III Asamblea Ecuménica Europea de Sibiu, Rumania, de la que tomó parte como moderador.

El obispo es una figura de primer plano, no sólo en el diálogo con los cristianos de las demás confesiones, sino con los representantes de las diferentes religiones, gracias a su experiencia de varias decenas de años en la Comunidad de San Egidio, de la que sigue siendo guía espiritual. El año pasado, por ejemplo, fue premiado por su servicio a la unidad de los cristianos por el patriarcado ortodoxo ruso.


Usted participó en primera persona en la preparación del viaje de Juan Pablo II a Rumanía, en 1999. ¿Como ve ahora al país tras el tiempo pasado?

Sobre todo, debo decir que la experiencia que hice en los años noventa y que culminó con la visita de Juan Pablo II a Rumanía, fue una experiencia absolutamente extraordinaria. Encontré ya entonces un país que respondió a aquel encuentro de manera totalmente inesperada. Yo era entonces verdaderamente un hombre de poca fe, podríamos decir. Pero ¿cómo no sorprenderse al ver a una multitud ininterrumpida durante todo el itinerario desde el aeropuerto de Bucarest hasta el Patriarcado, y luego ¿cómo no quedar absolutamente subyugados por aquel grito de trescientas mil personas, al término de la celebración eucarística, en Parcul Izvor, que se elevó como si fuera una sola voz pidiendo: «¡Unidad, unidad!»?.

Recuerdo que, cuando se trató de empezar a organizar la III Asamblea Ecuménica, la primera se celebró justamente en Terni, en mi diócesis, se pensó no en un evento con identidad propia sino que se concibió como el culmen de una peregrinación realizada por católicos, protestantes y ortodoxos, al redescubrimiento de las raíces del cristianismo y de las diversas tradiciones. Por esta razón, la primera etapa fue en Roma, la segunda en Wittenberg, y la tercera en Sibiu.

Una vez aquí, con todos los cristianos europeos, con Rumanía por fin miembro de la Unión Europea, y por tanto con una ulterior esperanza dirigida a Europa, he reencontrado esa calidez que experimenté ya en 1998, con el Encuentro de Oración por la Paz entre las religiones mundiales, organizado en Bucarest por la Comunidad de San Egidio, y luego en 1999, con la visita de Juan Pablo II.

En su opinión, cuál es la finalidad del ecumenismo y cuál es el confín entre la necesaria unidad en la fe entre todos los cristianos y la otra tanto necesaria, significativa y legítima pluralidad de la Iglesia?

Yo creo que la unidad de la Iglesia es sobre todo una unidad centrada en Cristo. Sin embargo, ya en los Evangelios vemos que hay cuatro modos de ver a Jesús y que cada uno enriquece al otro. Creo, por tanto, que este paradigma que encontramos al inicio del cristianismo, tiene que ver también con el inicio de este tercer milenio. Lo cual quiere decir reencontrar una unidad en los fundamentos mismos de la fe, pero también una pluralidad en el vivirla y en el manifestarla.

Es una tensión, una dialéctica propia del cristianismo mismo, porque es a la vez uno y universal, la fuente y los arroyos que se difunden en todas las culturas. Este es un desafío de siempre. Este desafío, por desgracia, ha sido tal vez vivido de manera distorsionada con las divisiones. Hubo una división ya en los primeros siglos con aquellas que hoy se denominan las antiguas Iglesias Orientales, fuera del Imperio Romano. Ya esto nos dice que muchas divisiones provienen también de motivos exteriores al dogma. Al comienzo del segundo milenio, hubo una nueva división, esta vez dentro del Imperio Romano, entre Occidente y Oriente. Y luego una ulterior división a mitad del segundo milenio, esta vez dentro de Occidente, entre católicos y protestantes. Tres divisiones que han lacerado el tejido de las Iglesias.

Y, culpablemente, ha prevalecido durante mucho tiempo la polémica. Luego, el Espíritu, que soplaba ya a finales del siglo XVIII, en el siglo XX abrió de par en par las puertas, en especial con el Concilio Vaticano II y, gracias a una implicación fortísima de la Iglesia católica, gracias al ecumenismo, que de este modo asumió un nuevo rostro. Los cristianos empezaron a comprender que era importante ver, antes que las divisiones, lo que nos unía, y hemos descubierto que lo que nos unía era mucho más que lo que nos separaba. Quiero decir: disminuyó el estrabismo. Nos hemos hecho más conscientes del gran patrimonio que nos une. Y de entonces en adelante, en 40-50 años, hemos realizado un salto gigantesco, hemos superado siglos de historia.

Por tanto, quien dice que hoy el ecumenismo va despacio no debe olvidar que hubo un giro copernicano en pocos decenios. Es verdad que advertimos la necesidad de redefinirnos, pero esto no nos debe hacer olvidar el camino realizado hasta ahora ni significa que no debamos acelerar el diálogo espiritual y el del amor, en todas las comunidades, sin olvidar el diálogo teológico y el jurídico.

El ecumenismo de ahora invita a todos a dejarse implicar. Porque el ecumenismo no es un asunto de teólogos, no es una cuestión de despachos, sino que es un modo de vivir la fe. Lo decía el entonces cardenal Joseph Ratzinger, en 1991, cuando afirmaba que la unidad visible es un don de Dios, pero que nosotros debemos hacer todo lo posible, en la certeza de que el ecumenismo es parte esencial de la fe, de cómo se vive la fe, con una tendencia a vivir la misma oración de Jesús: «Que todos sean una sola cosa» (Juan 17, 21). En este sentido, creo que, al inicio de este milenio, se está abriendo una nueva etapa ecuménica que contempla la reanudación de los antiguos diálogos teológicos, pero que debe también, en mi opinión, ver el fortalecimiento del diálogo del amor, de la colaboración en todos aquellos campos en los que esto es posible.

¿Un elenco? La oración común, la defensa de la Creación, la paz, la solidaridad, la evangelización, la comunicación del Evangelio a todos, en Europa y fuera, la defensa de los pobres, el compromiso de abatir cada muro de división en la inmigración, el empeño en abolir la pena de muerte, el de hacer la guerra cada vez más imposible. Son campos enormes que exigen la unidad entre todos los cristianos.

¿Por qué se optó por celebrar la III Asamblea en Rumanía, un país de mayoría ortodoxa?

No puede dejar de tener significado el hecho de que todos los cristianos de Europa han venido a celebrar un momento de comunión en un país, diríamos en la periferia de Europa, en el que la economía no está todavía desarrollada. Creo que no podemos ser cristianos europeos sin sentir a Rumanía en el corazón y en el centro de Europa. Es más, diría que es deber nuestro de cristianos descubrir a Cristo: el Cristo que ha sufrido, el Cristo que un poder ateo ha tratado de silenciar, el Cristo que sufre en muchos pobres que quedan todavía, el Cristo marginado de los gitanos.

Aquí podemos y debemos redescubrir que los últimos son los primeros. Porque Jesús está en los últimos y no en los primeros. Por esto, venir a un país como Rumanía, que es una encrucijada entre las dimensiones latina, eslava y bizantina, es entre otras cosas ir a lo profundo de Europa, de una Europa que ha tenido que sufrir en estos últimos 50 años la tragedia de una opresión sin fronteras.

Y nosotros hemos venido aquí para abrazarles. Esta asamblea de Sibiu ha sido un abrazo. Tenemos que abrazar al pueblo rumano en su tierra. Roma y Wittenberg en Sibiu reencuentran su plenitud.

¿No cree que detrás de las desconfianzas en el diálogo ecuménico está el miedo de las Iglesias del Este de Europa a entregarse a una cultura occidental, vista como pluralista, secularizada y relativista, capaz por tanto de minar sus tradiciones?

Es una tentación que existe y por tanto que hay que vencer y evitar. ¡Es diabólica! Ya que «diabolein» en griego quiere decir «dividir». Hoy gozamos de un viento del Espíritu que nos obliga a encontrarnos a abrazarnos. La división entre Oriente y Occidente nos ha vuelto a todos asmáticos y más débiles. Me pregunto: ¿si los cristianos europeos hubieran estado más unidos habría sido tan fácil la llegada al poder del nazismo y del comunismo? ¿Queremos volver a caer en la misma tentación? Por tanto nuestro empeño urgente es respirar también en Occidente con la riqueza del pulmón de Oriente: con la riqueza de su liturgia, de su espiritualidad, de su misterio y de su fascinación en el vivir en muchas dimensiones la presencia de Dios. Pienso también en el monaquismo oriental.

Por otra parte, nosotros los occidentales, los latinos, tenemos que estar responsablemente atentos a no ofrecer a estos países lo peor que tenemos. Es importante que les ofrezcamos también nuestra dimensión espiritual, nuestra capacidad de universalidad, nuestra dimensión de apertura, nuestra fuerza de la tolerancia, la solidaridad, del compromiso social y caritativo, que tal vez en las Iglesias de Oriente ha sido incluso coartado.

O Europa vive con estos dos pulmones o moriremos todos. Como, lamentablemente, está sucediendo.

Por último, ¿qué recuerda del viaje de Juan Pablo II a Rumanía?

Puedo asegurar una cosa, porque tuve la alegría y la gracia de poder participar en ese evento y también de prepararlo. Puedo decir que el primer gesto que anticipó la venida del Papa fue el Encuentro de Oración interreligioso, organizado por la Comunidad de San Egidio, en Bucarest. Puedo decir que fue un hecho extraordinario, porque, por primera vez, en Rumanía, cristianos de todas las confesiones y hombres de diversas religiones se reencontraron en la Plaza de los Mártires, para vivir un momento de gran emoción espiritual.
Esto abrió las puertas a otro acontecimiento que, tengo que decir, Juan Pablo II deseó con todas sus fuerzas. Y, personalmente, fui mensajero de este deseo ante el patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana Teoctisto, y ante el Santo Sínodo. Hubo que hacer varios viajes para ayudar a esta comprensión. Y, poco a poco, todos los obstáculos se fueron allanando. En esta visita del Papa le acogió un pueblo entero. Fue la primera visita del Papa a un país de mayoría ortodoxa. Y el Papa vino. Fue esta la decisión que tomamos juntos, la de visitar, en primer lugar, a la Iglesia Ortodoxa de Rumanía y luego a la comunidad católica, tanto latina como greco-latina, y, por último, al Gobierno.

Recuerdo claramente la alegría del patriarca Teoctisto, cuando recibió la carta del Papa, firmada sencillamente «Juan Pablo II, como un hermano». Esto hizo caer el muro psicológico, el muro histórico de una separación. Recuerdo bien también a estos dos «ángeles blancos» –así les llamé entonces- que se abrazaban, como recomponiendo una historia antigua. Y yo deseo, mejor estoy seguro, de que siguen el abrazo en el cielo, mientras se asoman a Sibiu, felices de lo que está sucediendo en estos días.