09 noviembre 2009

El Papa cita a Havel y a Kafka

Ni los más optimistas esperaban un éxito semejante. Las cifras y las imágenes así lo avalan, pero sobre todo han llamado la atención la frescura y densidad de los discursos del Papa, la alegría de la comunidad cristiana, la calidad de la escucha, el respeto y la expectativa de una sociedad que se preveía gélida ante la visita.




Benedicto XVI.

Ya en el avión que le trasladaba a Praga, Benedicto XVI quiso evocar a dos testigos de la resistencia frente al totalitarismo, el intelectual laico Vaclav Havel y el heroico cardenal Tomásek, haciendo evidente que ambos habían luchado por la verdad y la libertad. El nexo indestructible entre ambas ha sido uno de los ejes vertebradores de todo el viaje. El Papa ha recordado que la propia experiencia de la dictadura comunista hizo madurar la convicción de que la libertad no puede ser un espacio vacío, sino que está vinculada a la verdad y al bien.


Václav Havel, Presidente de la República Checa
1 de enero de 1993 – 2 de febrero de 2003


Más tarde, ante los representantes del mundo académico, sostendría que "el anhelo de la libertad y de la verdad es parte inalienable de nuestra común humanidad... al que tratan de responder, cada una con su propio método, la fe religiosa y las artes, la filosofía, la teología y las diversas ciencias". Y ante las autoridades políticas advirtió que "la lucha por la libertad y la búsqueda de la verdad van juntas, mano a mano, o juntas perecen miserablemente". Ante los políticos, los intelectuales y los jóvenes, el Papa ha fustigado sobre todo el corrosivo cinismo que induce a nuestros contemporáneos a desertar de la búsqueda de la verdad.


Franz Kafka.


En un país cuyas estadísticas demuestran el crecimiento vertiginoso de la indiferencia religiosa, Benedicto XVI ha reivindicado el derecho de ciudadanía de una fe que por naturaleza es amiga de la razón. Esa fe que alimentó la resistencia frente a la dictadura, que ha sido el alma de la cultura nacional, y que ahora ofrece su respuesta al deseo de sentido, a la sed de esperanza de una generación desorientada. Desalojar esa fe del ámbito público fue una pretensión del régimen comunista y puede ser ahora una tentación del nuevo escepticismo post-totalitario. La advertencia del Papa ha sido clara: esa marginación "no convertirá a nuestras sociedades más razonables o tolerantes, sino que las hará más frágiles y menos inclusivas, y cada vez les resultará más fatigoso reconocer lo que es verdadero, noble y bueno". El rechazo de Dios se vuelve contra el hombre y, tras la apariencia de autonomía y liberación, produce una tristeza e insatisfacción que son hoy moneda común en nuestras sociedades.



Praga: Catedral de San Vito.


El diálogo de la Iglesia con el mundo laico ha sido otro de los acentos evidentes, evidenciado por la doble mención a Havel y Tomásek. Según el Papa, agnósticos y creyentes se necesitan mutuamente: los primeros porque no pueden contentarse con su "no saber", sino que tienen que seguir buscando el significado de sus vidas; los segundos porque no pueden contentarse con lo que ya saben de Dios, sino que a través del diálogo deben buscar descubrirlo de un modo más profundo. Quizás por eso ha querido citar en su despedida a un intelectual símbolo de la perplejidad moderna como Franz Kafka, según el cual "quien mantiene la capacidad de ver la belleza no envejece nunca". Un siglo después ha llegado a Praga un Papa anciano pero de extraña juventud para dialogar con sus miedos y esperanzas. Porque "si nuestros ojos permanecen abiertos a la belleza de la creación de Dios y nuestras mentes a la belleza de su verdad, entonces podremos verdaderamente esperar seguir siendo jóvenes y construir un mundo que refleje algo de la belleza divina".



Mijaíl Gorbachov, Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética.


"Hay una meta pero ningún camino", sostenía inmerso en la niebla el genial escritor de origen judío. Benedicto XVI ha sabido mostrar con la altura de la razón y la persuasión del afecto que la Iglesia ha sido un camino real, abierto a todos, en la historia de la nación checa como en la de Europa entera: "aquí, como en otros lugares, en los siglos pasados muchos han sufrido por mantenerse fieles al Evangelio y no han perdido la esperanza; muchos se han sacrificado para volver a dar dignidad al hombre y libertad a los pueblos, encontrando en la adhesión generosa a Cristo la fuerza para construir una nueva humanidad". Un camino que sigue estando abierto para el hombre de hoy: "en la sociedad actual, donde tantas formas de pobreza nacen del aislamiento, del no ser amados, del rechazo de Dios y de la originaria y trágica cerrazón del hombre que piensa que se puede bastar a sí mismo, sólo Cristo puede ser nuestra esperanza cierta. Éste es el anuncio que nosotros los cristianos estamos llamados a difundir cada día, con nuestro testimonio". Habría sido hermoso verle dialogar con Kafka.



Veinte años después, realismo y esperanza**

Todavía recuerdo con algo de nostalgia aquellas jornadas de hace veinte años. Yo buscaba ansioso el telediario para saber qué había sucedido en Praga, en Berlín o en Varsovia, cuál era la última hora de aquel viento de la historia que se nos había concedido contemplar. Habíamos vibrado con las heroicas jornadas de Gdansk, con la victoria de Solidarnosç sobre el régimen comunista. Y después le llegó el turno a Praga, la ciudad de una belleza indescriptible que durante décadas estuvo velada por la cortina de hierro de la ideología. Nos parecía soñar.


Recorrido del Muro de Berlín y puestos fronterizos (1989).


La que aquí llamábamos "Iglesia del silencio" era capaz de convocar a los jóvenes, a los obreros y a los intelectuales, para levantar una gran esperanza, un proyecto de construcción social que recuperaba la gloriosa tradición cristiana del centro y este de Europa. Y todo aquello sucedía sin violencia, con un aire de libertad festiva en las calles, como un vértigo de recuperada alegría. ¡Qué aburrido y banal nos parecía nuestro Occidente de cada día, frente al espectáculo de aquella inesperada victoria, cuyo telón de fondo era el gran Papa llegado del Este!


Benedicto XVI.


Ahora Benedicto XVI está a punto de viajar a Praga. Ha elegido la República Checa como punto geográfico para hacer memoria de los veinte años transcurridos desde la caída del comunismo y para hacer cuentas con la realidad presente. Dos décadas después de la revolución de terciopelo los ciudadanos checos sienten un sabor agridulce al contemplar el recorrido. Prosperidad incierta, desorientación moral, falta de esperanza: es una partitura que se interpreta más o menos en todos los países que se liberaron por aquellas fechas del dogal comunista, y que hoy desafía muy especialmente a la Iglesia. El Papa lo sabe, y sus discursos no serán una alegre conmemoración sin más.



Estatua ecuestre de S Wenceslao, ante el Museo Nacional.


Esta visita no se celebrará en medio de aquel entusiasmo que recibió al Papa Wojtyla en la plaza de San Wenceslao, cuando toda la sociedad reconocía a la minoritaria comunidad católica un papel de catalizador de la resistencia. Esta vez el clima será más hosco, más frío y reticente, y quizás por ello el viaje será menos épico pero más trascendental: ahora se trata estrictamente de la fe y de su capacidad para generar una nueva cultura en medio del desierto que avanza. Es un hecho contrastado que los grandes ideales cívicos y espirituales que sirvieron para derribar la dictadura comunista no han mantenido su fuelle, y un aire de cinismo lo circunda todo: escepticismo, pérdida de las raíces cristianas, incertidumbre cara al futuro, miedo a perder la propia identidad. Todo esto lo han dicho los obispos checos en una carta dirigida al pueblo cristiano con motivo de la esperada visita del Papa.


Cardenal František Tomášek - Placa commemorativa en Moravská Huzová.


En esa carta reconocen que "la gente tiene miedo a perder su propia identidad y descubre su incapacidad para responder claramente a la pregunta sobre quiénes somos y cuál es nuestro papel en la sociedad". Y refiriéndose a la situación de los católicos advierten que "si no sabemos quiénes somos y cuál es nuestra misión, terminaremos por defender tímidamente al cristianismo como una especie de debilidad personal para la que demandamos tolerancia, algo que está muy lejos de nuestra tarea de ser testigos de la verdad de Dios". Atrás quedan los días en que los jóvenes de Praga subían la colina para alcanzar la imponente catedral de San Vito y reclamar con cantos la presencia del anciano cardenal Tomasek, el roble de Bohemia. Después de la exaltación ha llegado el cansancio y tras el heroísmo, la mediocridad. Esto vale para el conjunto de la sociedad (que arrastra las taras de la ideología comunista contra la que se levantó) y también para una Iglesia que fue un icono para la resistencia, pero que ha encontrado tremendas dificultades a la hora de realizar su misión en el nuevo contexto.

El virus del relativismo ha mutado y es ahora más fuerte y esquivo. El enemigo ya no es la ideología totalitaria perfectamente encarnada en personas e instituciones, sino que se expande por doquier, un poco como si fuera el aire que se respira. El propio arzobispo de Praga, Miroslav Vlk, reconocía en una entrevista que para la Iglesia ahora es más difícil identificar el adversario y también la tarea. Hace veinte años los jóvenes desconocían su tradición cristiana pero miraban a la Iglesia como un faro de esperanza, pero la nueva generación está embebida de los mitos del consumismo y el placer a bajo coste, se alimenta de series televisivas disolventes y oscila entre el desprecio y el rencor hacia la fe que forjó la historia de la nación. Es algo que no resulta difícil entender desde Occidente.

Benedicto XVI no llegará con una sinfonía de loas ni una mirada nostálgica. Tampoco perderá el tiempo con un arsenal de críticas. Hace pocos días subrayaba que la misión esencial de la Iglesia es "ayudar a curar la herida interior del hombre, su lejanía de Dios, ya que el bien primero y esencial del que tiene necesidad es la cercanía de Dios mismo". Y como si se anticipara a la situación que afrontará estos días en la República Checa, decía: "si reflexionamos sobre la perplejidad del mundo ante las grandes cuestiones del presente y del futuro, entonces también dentro de nosotros debería brotar nuevamente la alegría por el hecho de que Dios nos ha mostrado gratuitamente su rostro, su voluntad, a sí mismo. Si esta alegría resurge en nosotros, tocará también el corazón de los no creyentes". Efectivamente, en las tierras liberadas del comunismo se ve hoy claramente que no basta apelar a la heroica resistencia de aquellos años ni a la riqueza de la tradición, que gritan, por ejemplo, las preciosas iglesias de Praga.


El Muro de Berlin en Bethaniendamm (1986).


Desde luego, el testimonio y el sacrificio de aquellos años no han sido inútiles, son una semilla para el futuro, una garantía de humilde pero tenaz esperanza. Pero los hijos de aquella generación que cantó a la libertad frente a los tanques necesitan encontrar hoy al cristianismo como hecho presente, capaz de dar razón de la propia vida y de las circunstancias de la historia, capaz de generar sociedad y de comunicar esperanza. Será una construcción lenta y paciente, desprovista de muchos resortes de antaño, basada sólo en la experiencia y el testimonio de la fe. Es la hora de un nuevo inicio, de una construcción como la que siglos atrás iniciaron los monjes, pero esta vez dentro de las calles y plazas en las que ya no campea el añejo estalinismo, sino el sutil nihilismo.
*José Luis Restán 01/10/2009
**José Luis Restán 24/09/2009

Me ha parecido muy interesante traer estos dos artículos en un día como hoy, 20 años exactos de la caída del Muro de Berlín. Benedicto XVI celebraba de otra manera este aniversario.

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