Muchas cosas han cambiado desde 1989. Pero persisten frente al comunismo la prepotencia de la izquierda, la cobardía de parte de la derecha y la clarividencia de la Iglesia.
El muro de Berlín, junto a la puerta de Brandemburgo.
Se cumplieron veinte años de un día que no olvidaremos quienes lo vivimos. Muchos preferirían olvidarlo, unos porque defendían el comunismo y otros porque temen aún el coraje y la clarividencia que ellos no tuvieron y los pueblos oprimidos sí. En general, tanto en 1989 como en 2009, la izquierda fue culpable, cómplice o complaciente con el comunismo genocida, corrupta como suele; la derecha no se atrevió siempre a ser ella misma y confundió el grito de la libertad con la llamada del bienestar. Pero, como la Iglesia supo entender en sus décadas de resistencia ante aquel materialismo, los pueblos del Este no se alzaron para luchar especialmente por "el libre mercado", sino para ser ellos mismos.
Una izquierda nostálgica del horror
Personalmente no puedo separar el recuerdo de 1989 de las mejores lecciones de historia que he recibido nunca. Don Ángel Martín Duque, en su clase semanal, prescindió aquel año de buena parte del temario oficial y nos explicó cómo, siguiendo a Croce, toda la historia es contemporánea. Lo que ni el comunismo entendió ni algunos de sus pretendidos rivales han comprendido jamás son, precisamente, las lecciones de la Historia.
Mehmet Ali Ağca, autor material de un atentado en contra de la vida del papaJuan Pablo II, ocurrido el 13 de mayo de 1981 en la Plaza de San Pedro en la Ciudad del Vaticano.
Esa historia incluye a Jan Palach, a los caídos del Muro, a los adolescentes húngaros masacrados en 1956 y a todos los que, desde 1917 hasta hoy, han intentado ahorrar a las siguientes generaciones el terror inhumano de los discípulos de Marx. Es por lo menos curioso que el PCE haya renovado sus cargos precisamente en estas fechas, con el respetado Francisco Frutos puño en alto, con José Luis Centella defendiendo las ideas de Lenin y con muchos afiliados de Zapatero pensando algo parecido. El presidente del Gobierno es más elegante en la formas, pero canta la Internacional y homenajea al gran impune de España, Santiago Carrillo. Así que esa es la izquierda que tenemos: una que no sabe Historia.
La Virgen de Fátima, en la Basílica de san Pedro, en el Vaticano.
La derecha, entre los complejos, las dudas y la grandeza
Este verano los jóvenes de la derecha italiana celebraron su Atreju titulándolo Oltre ogni muro. En pocos lugares se ha celebrado la reunificación de Europa –aparte de Alemania- tanto como en Italia. Y en pocos tan poco como en España. Algo querrá decir, y algo habrán aprendido, espero, los observadores españoles que fueron a Roma con los chicos de la Giovane Italia.
1989 no fue una victoria de la derecha, porque una parte de ella –la a menudo llamada centro, en especial- había creído eterno el comunismo e irreversible la división de Europa y de Alemania. Una alianza de resignación e intereses. La libertad de los pueblos, ay, no vino gracias a Henry Kissinger ni a John F. Kennedy. El acta final de Helsinki quedó rota no por los gobernantes, sino por los pueblos en marcha aquel año. Y la victoria de los pueblos fue una lección para todos los pacatos de todos los tiempos: la grandeza de las ideas de la derecha europea quedó demostrada, tras cinco décadas de opresión, más por las personas que por muchos de los líderes. Tres excepciones diferentes y modélicas fueron o habían sido ya Helmut Kohl, Margaret Thatcher y un Ronald Reagan al que Europa debe más de lo que cree.
El cardenal ucraniano Jesyf Slipyj
La Iglesia, en su lugar
Pero 1989 fue también el año de quien sí supo ver con claridad. Obviamente, Juan Pablo II; antes que él y con él, la Iglesia del Silencio. La fe de los pastores católicos alimentó –sin hacer política- la fe de los pueblos y socavó los cimientos de un régimen fracasado antes en lo moral que en lo material. El Paraíso, aunque Centella lo crea, nunca estuvo en la URSS, y esto lo dejaron muy claro desde 1917 muchos millones de héroes y mártires. Cientos de miles, católicos y ortodoxos unidos, en la vieja Rusia; miles de sacerdotes y catorce obispos en la España la Segunda República; y después una persecución cruel de la que los cardenales Alojzije Stepinac, József Mindszenty, Slipyj, Alexandru Todea, Iuliu Hossu, Jan Korec, Miloslav Vlk, Tomasek y Wiszynski fueron sólo los rostros más conocidos.
Pero 1989 fue también el año de quien sí supo ver con claridad. Obviamente, Juan Pablo II; antes que él y con él, la Iglesia del Silencio. La fe de los pastores católicos alimentó –sin hacer política- la fe de los pueblos y socavó los cimientos de un régimen fracasado antes en lo moral que en lo material. El Paraíso, aunque Centella lo crea, nunca estuvo en la URSS, y esto lo dejaron muy claro desde 1917 muchos millones de héroes y mártires. Cientos de miles, católicos y ortodoxos unidos, en la vieja Rusia; miles de sacerdotes y catorce obispos en la España la Segunda República; y después una persecución cruel de la que los cardenales Alojzije Stepinac, József Mindszenty, Slipyj, Alexandru Todea, Iuliu Hossu, Jan Korec, Miloslav Vlk, Tomasek y Wiszynski fueron sólo los rostros más conocidos.
Juan Pablo II y el Cardenal Wyszynski, gran pastor polaco.
No hay Paraíso que legitime 100 millones de muertos. Tampoco ninguno, sea de comunismo o de bienestar, que justifique la negación de la verdad y de la libertad. Condenando el comunismo la Iglesia no bendijo sus alternativas –nunca lo ha hecho- y por la misma razón marcó el rumbo que buena parte de la gente de la Europa liberada quiere seguir: buscar la libertad sin aceptar otro tipo de servidumbres.
El pueblo, la respuesta
Una izquierda nostálgica del Mal o complaciente con él. Una derecha en gran parte apocada o, peor aún, tergiversando lo sucedido hasta 1989. ¿La gente lo arriesgó todo por enriquecerse, por comer en McDonalds o por comprarse unos Levi´s? Ciertamente no, y son los militantes anticomunistas de siempre y la Iglesia por su parte quienes nos recuerdan la importancia de esta fecha.
Mijail Sergueievich Gorbachov; Privolnoje, Stavropol, 1931) Último dirigente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS.
En 2009 ¿es aceptable que el puño en alto, el himno del Gulag y los trapos rojos se consideren progresistas y modernos? ¿Es respetable que socialistas y comunistas se enorgullezcan de semejante pasado? ¿Es digno que los jovencitos progres y trepas de otras latitudes ideológicas les rían la gracia para quedar bien y que no los llamen, horror, derechistas? ¿Es presentable que los supermodernos aspirantes a entrar en la Casta acusada por Enrique de Diego vean con mejores ojos el comunismo y sus consecuencias que el anticomunismo y su dignidad? Conozco las respuestas para Italia y para la Iglesia, por ejemplo, y me gustan. Temo conocerlas para muchos en España, y antes de saber más preferiría que se lo pensasen. Ayer fue un día para celebrar la libertad y honrar a los caídos. Hoy toca reflexionar.
¿Somos dignos de quienes nos preceden o nos limitamos a querer vivir de su heroísmo sin reconocerlo, honrarlo, elevarlo a modelo, recompensarlo ni mucho menos imitarlo? Si mira usted a los profesionales de la política tendrá un tipo de respuestas. Si habla con la gente normal que recuerda qué fue aquello tendrá algo mejor. Vayamos, pues, hacia el pueblo.
*Por Pascual Tamburri, en el Semanal Digital.com
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