30 noviembre 2009

El futuro de Europa y “tal vez, del mundo entero”







El Patriarca de Moscú y de todas las Rusias, Kirill I, dirigiéndose directamente al Papa de Roma hace presente que para todos los cristianos están maduros los tiempos para una respuesta al desafío epocal ya en acto en el mundo: la secularización definitiva o la recuperación para la fe. El patriarca Kirill I, dotado de una profunda fe y determinación, en esta entrevista hace hincapié en que las dos iglesias, si obran concordemente, pueden constituir un baluarte contra las amenazas del relativismo y del ateísmo, del hedonismo y consumismo desenfrenados y de la difundida degradación moral.



Icono de Jesucristo Salvador



La Iglesia ortodoxa rusa, con el nombramiento del sucesor de Alejo II ocurrido el 28 de enero de 2009, ha entrado en una nueva fase de las relaciones entre Moscú y el Vaticano. Esta entrevista, que constituirá el prefacio al libro “La Santa Russia”, revela como parecen decididamente superados los tiempos no tan lejanos de los acercamientos, tímidos y afectados por demasiadas sospechas, de Alejo II y Juan Pablo II. Además, después de las primeras señales que parecían testimoniar una posible aceleración en el proceso de reacercamiento entre las dos mayores iglesias cristianas separadas, el mismo Patriarca Kirill no vaciló en testimoniar la solidaridad con Roma por la sentencia de la Corte de Estrasburgo que condena la exposición de los símbolos religiosos. Debe recordarse, además, que el Papa Benedicto XVI, después de su nombramiento, había saludado al nuevo patriarca Kirill I (en el siglo, Vladimir Gundjaev, nacido en 1946 en Leningrado) asegurándole la “buena voluntad fraterna” en la común “esperanza inquebrantable que tenemos en Jesucristo”.


Icono del Nacimiento de Jesucristo


¿Se puede afirmar que la Iglesia ortodoxa ha reconquistado el rol que tenía en la Rusia de los zares?

Sería más exacto decir que la actual situación de la Iglesia rusa no tiene precedentes ya que en toda su historia milenaria no podemos encontrar una analogía completa y absoluta. Es conocido que la Rus’ medieval se veía a sí misma como la “tercera Roma”, llamada a preservar la verdad de la ortodoxia después de que la “segunda Roma”, es decir el Imperio bizantino, había caido bajo los golpes de los cruzados y de las milicias del Islam. En aquel período del Medioevo ortodoxo ruso, el modelo natural de una disposición que armonizara las relaciones entre estado e iglesia fue reconocido en la “sinfonía” bizantina de los dos elementos, el principio secular y el espiritual. Esto no impedía que, entre los jefes espirituales y los seculares, surgiesen periódicamente disputas sobre la cuestión del primado, de que cosa fuera en definitiva más elevado a los ojos de Dios: el sacerdocio o el poder soberano.


El Patriarca de Moscú y de todas las Rusias, Kirill I

De diatribas ideológicas de esta naturaleza derivaron algunas veces consecuencias dramáticas para éste o aquel exponente eclesiástico. Sin embargo, el reino moscovita continuó por mucho tiempo representando la única potencia ortodoxa en Europa mientras la Iglesia rusa encarnaba a los ojos del poder y del pueblo un organismo espiritual fuerte, autónomo y autorizado.

El equilibro en las relaciones entre estado e iglesia, así como estaba históricamente constituido, fue alterado bruscamente en 1721 por la reforma del zar Pedro I que abolió el patriarcado, en cuanto símbolo evidente, con su sola existencia, de la no subordinación de la Iglesia a los antojos de los gobernantes terrenos. De hecho, la Iglesia se convertía en un elemento de la máquina estatal.

Luego llegó la Revolución de octubre…


El Cristo de El Greco


Este estado de las cosas se mantuvo, con modificaciones irrelevantes, hasta el 18 de noviembre de 1917, cuando en el fragor de la artillería bolchevique que bombardeaba el Kremlin de Moscú, después de un intervalo de dos siglos fue libremente elegido el Patriarca de todas las Rusias Tichon, hoy en el número de los santos. Con la llegada al poder de los bolcheviques, que han sacado de la arena histórica tanto la monarquía como la idea republicana revelada efímera, la Iglesia rusa ha bebido hasta la última gota el cáliz del martirio, que ha superado con creces todo lo que sabemos de las persecuciones a los cristianos bajo Tiberio y Nerón. En esta época feroz, una enorme multitud de sacerdotes y de laicos ortodoxos ha testimoniado la fe en Cristo hasta dar la vida.

¿Y actualmente?

Actualmente, la situación de las relaciones entre estado e iglesia puede ser definida casi óptima. Tales relaciones se apoyan en el firme fundamento del respeto mutuo, del reconocimiento de las respectivas esferas de responsabilidad, de la recíproca no injerencia en las prerrogativas naturales. No sólo en la Federación Rusa sino también en Bielorrusia, Ucrania, Moldavia y en los otros países de la Comunidad de los estados independientes y del Báltico, la Iglesia está separada del estado; esto no implica, de hecho, un rechazo a colaborar en el interés del pueblo, que para la gran mayoría está unido a la ortodoxia.



El Patriarca de Moscú y de todas las Rusias, Kirill I

En la Rusia actual no son pocos los problemas sociales dolorosamente abiertos; su valoración encuentra concordes a iglesia y estado, y ambas partes trabajan en acuerdo para resolver los apremiantes problemas de la vida cotidiana del pueblo. De esto no deriva una estatización de la Iglesia o una “clericalización” del estado. En la nueva Rusia la gran mayoría de la población forma parte de la Iglesia ortodoxa rusa, la cual representa una porción significativa, respetada e influyente de la sociedad civil.

Después de la caída del comunismo, ¿cómo ha cambiado la actitud de los creyentes hacia la religión?

En 1988, cuando festejamos el milenario del Bautismo de la Rus’, con sorpresa y espanto de los funcionarios soviéticos, la celebración de tipo histórico y oficial concebida por ellos desembocó en una manifestación libre, poderosa y sugestiva de la devoción del pueblo ruso a la religión de los padres, de la unión vital de todos a la herencia espiritual de la patria.

El período sucesivo de dos décadas ha sido para la Iglesia rusa el tiempo para recoger y consolidar las propias fuerzas interiores, retomando el lugar que legítimamente le correspondía en la vida del pueblo y de la sociedad. Cuando en los años ’90 se abrieron las perspectivas de un desarrollo libre de impedimentos, nuestra Iglesia se dedicó, con el apoyo de la sociedad, a restaurar las iglesias destruidas y profanadas, a erigir otras nuevas, a reorganizar la vida de las parroquias, a abrir monasterios, escuelas dominicales, seminarios y academias teológicas. Actualmente los expertos concuerdan en estimar que entre el 70 y el 80 por ciento de la población de Rusia declara el propio apego a la ortodoxia. Sin embargo, ciertamente no se puede decir que todos son creyentes practicantes. Estoy convencido de que la tarea más importante de la Iglesia actualmente es precisamente hacer que los que sólo son cristianos de nombre, lo sean de hecho, realmente.

¿También los jóvenes?

Otro tema de la preocupación pastoral es la juventud, que hoy está sometida a la despiadada tentación de los falsos ideales del consumismo, del egoísmo social, de la realización del propio éxito a cualquier precio. Los jóvenes de Rusia son el futuro del país. Son ellos quienes tienen necesidad de recibir y hacer propio, como natural, el ideal de la vida cristiana, y de reconocer la motivación cristiana para cada opción que les espera como la mejor entre muchas posibilidades. Además de esto, la Iglesia ortodoxa presta la máxima atención y prodiga todo el compromiso posible en la esfera social, ocupándose de la asistencia a niños abandonados, ancianos, enfermos e indigentes, de la rehabilitación espiritual de quien quiere liberarse de la droga y el alcohol, de la ayuda a aquellos que conviven con el sida. Finalmente, nuestra preocupación constante es la tutela de la unidad de la Iglesia ya que en ella vemos la prenda de la unidad de nuestro pueblo.

El Papa Benedicto XVI dedica una atención particular a las relaciones entre Moscú y el Vaticano. ¿Puede pensarse, en un futuro inmediato, en una visita del Papa a Rusia?

El Papa Benedicto XVI

Nuestras iglesias pueden trabajar juntas en muchos campos y enfrentar unidas la ideología del consumismo y del rechazo de los valores morales cristianos difundido en la sociedad contemporánea. Nuestras posiciones también coinciden en el ámbito de la defensa de la moralidad y de los valores tradicionales en el mundo moderno. Al mismo tiempo, no podemos ignorar los problemas que permanecen en las relaciones entre la Iglesia católica y la ortodoxa.

Respecto a la posibilidad de una visita del Papa a Rusia, hablaría más bien de la posibilidad de un encuentro entre el Papa de Roma y el Patriarca de Moscú y de todas las Rusias. La dirección eclesial de la Iglesia ortodoxa rusa nunca ha excluido la posibilidad de un encuentro así, preparado adecuadamente. La preparación presupone que sean resueltos los problemas que todavía hay entre las dos iglesias. En primer lugar, los ligados a la actitud de los greco-católicos de Ucrania respecto a la presencia del patriarcado de Moscú en este país. Esperamos que a las declaraciones de la parte católica de querer propiciar el allanamiento de las situaciones, le seguirán los resultados.





Actualmente la humanidad se encuentra frente a terribles pruebas: desde la crisis global hasta el incremento del flagelo del hambre. ¿Qué es necesario hacer para unir las fuerzas de los cristianos y afrontar estos problemas?

Un día, cuando era adolescente, pregunté a mi padre, párroco en una iglesia de Leningrado: “¿Por qué en nuestro país la gente vive tan mal?” Pareció incluso sorprendido de que no hubiera llegado solo [a la respuesta] y respondió, a su vez, preguntándome: “¿Cómo podrían, según tú, vivir de otra manera personas que han rechazado a Dios o lo han borrado del propio corazón?”.

Es mi convicción que todos los males, las crisis aparentemente sin solución del mundo, tienen como causa profunda el deterioramiento de la naturaleza espiritual de la humanidad. No sólo: estas desgracias que afligen a los hombres están destinadas a agravarse a medida que ellos se alejen de la verdad constituida por Dios. Y los remedios paliativos de tipo económico, político, social, no ayudarán al género humano a salir de este círculo vicioso.

¿Cuáles son, actualmente, los mayores enemigos del Cristianismo?

Uno de los desafíos más grandes al futuro de la humanidad es el diktat del agresivo secularismo neoliberal, que considera que su concepción del mundo es la única con derecho de ciudadanía. Entre otras cosas, esta ideología trastorna irreparablemente el modo de vivir del hombre así como Dios lo ha pensado porque busca introducir en la vida de todos los venenosos principios del relativismo moral, del hedonismo egocéntrico, del más burdo consumismo, del permisivismo moral, de la negación del pecado. De este modo, se realiza la descristianización de nuestra cultura. Al mismo tiempo, se está llevando a cabo un proceso de marginación del rol de la religión en la vida de la sociedad, ya que los ideales éticos y espirituales constituyen una piedra de tropiezo en el camino del triunfo ideológico del secularismo neoliberal.

¿Cuál es la respuesta de la religión?

La respuesta religiosa a este desafío puede ser de tres tipos: radical, y es el caso de una parte de los seguidores más agresivos del Islam; liberal, como significativos sectores de las comunidades protestantes, los cuales admiten los matrimonios entre homosexuales, el aborto y la eutanasia;


El Papa Benedicto XVI

finalmente, la respuesta puede ser la de las iglesias que se inspiran en la tradición cristiana, y es la respuesta de quien quiere defender la pureza de las verdades enseñadas por el Salvador sobre la vida y el hombre. La Iglesia ortodoxa y la católica están separadas por contrastes doctrinales y eclesiológicos pero, más allá de esto, hay algo que hace aliados estratégicos a los ortodoxos y católicos. De su comprensión recíproca, del éxito de las acciones a emprender juntos, depende el futuro no sólo de Europa sino, tal vez, del mundo entero.

*Fuente: Papa Ratzinger Blog
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
En el aniversario de Aleksandr Solzhenitsyn

Así se escribe la historia: un recuerdo y un apunte






Se ha cumplido un año desde que nos dejó uno de los gigantes del pasado siglo XX: Alexander Solzhenitsin, autor de una serie de obras de denuncia del «paraíso soviético» –que, tras su encarcelamiento en el Gulag durante largos años, le valdrían más tarde un Premio Nobel y desencuentros varios con las autoridades soviéticas hasta culminar con su expulsión de la URSS.


Solzhenitsin ha sido, sin duda, una de las grandes referencias morales de nuestro tiempo. Movilizado durante la II Guerra Mundial, ascendió al cargo de oficial en las filas del Ejército Rojo hasta que fue detenido por emplear expresiones «antisoviéticas» en una carta dirigida a un amigo. En el universo concentracionario marxista conoció a miles de entre los millones de internos: cristianos, sacerdotes, amas de casa, militares, miembros del partido comunista, funcionarios, obreros, campesinos, soldados…

La monstruosidad de esa culminación histórica del progresismo que fue el comunismo soviético, fue eficazmente denunciada desde el interior del propio infierno por hombres como Solzhenitsin. Las interminables torturas durante días, meses, años, la prohibición de toda correspondencia con la familia, el enterramiento en vida de millones de inocentes obligados a firmar las más grotescas confesiones de culpabilidad, el frío trabajo, cruel e indiferente, de los carceleros, de los torturadores, de los asesinos.

Siete décadas de opresión, de horror, de miseria. Siete décadas en las que los seres humanos fueron literalmente triturados, sus genitales aplastados, sus conciencias asaltadas, en las que los comunistas encerraban a los parientes, a los amigos, a los compañeros de las víctimas, en una espiral de locura sin fin que multiplicaba por dos, por cinco, por diez, el número de víctimas; siete décadas en las que el terror de la delación se enseñoreó de una sociedad, en las que los hijos denunciaban a sus padres, las mujeres a los maridos, los hermanos a los hermanos, como si eso fuera a relevarles del horror de la tiranía atea (no los libraba, no, pero ellos creían así aplazar la ineluctabilidad de su destino). Siete décadas de locura colectiva en las que se trató de aniquilar al ser humano.



Manipulación de la historia

La manipulación de la célebre fotografía de un soldado soviético izando la bandera con la hoz y el martillo sobre el Reichstag berlinés, en 1945, sirve de ilustración a la manipulación que la izquierda sigue haciendo de la historiografía.



**Soldado soviético izando la bandera con la hoz y el martillo sobre el Reichstag berlinés, en 1945.

El comunismo, el ateísmo oficial, el progresismo materialista en versión dictatorial ha sido aherrojado de la Historia en casi todo el planeta. Algunos viejos dinosaurios, como Castro y Kim-Jon–Il sobreviven; sólo en China, con quien el hipócrita Occidente mantiene inmejorables relaciones –aunque subsiste un terror comunista que ha alcanzado las más delirantes cotas-, el número de muertos se acerca a los cincuenta millones.

50 millones, sí. Mientras Mao, Stalin y Ceaucescu pulverizaban literalmente a sus pueblos, los progresistas occidentales –como los que hoy nos gobiernan o como sus policías del pensamiento- les doraban la sangrienta peana sobre la que se alzaban. Mientras millones de seres humanos eran devorados por el fuego de la adoración al ídolo del progreso en la pira del delirio marxista, una interminable lista de intelectuales europeos y norteamericanos apuntalaba la autóctona conciencia criminal.




Algunos pretendieron no haber sabido, fingiendo ignorar lo que se escondía tras el telón de acero. Mentira. Todos ellos lo sabían, pero odiaban más aquello que la bestia roja destruía de lo que amaban la verdad, de modo que no tenían mucho que alegar en su contra. Los Aragon, los Camus, los Sartre, los Marcuse, los Webb, los Reich, los Brecht, los Alberti, los Gramsci, los Beauvoir, los Shaw, los Gorki, los Neruda, los Fassbinder, los Wells, los Russell, los Munzenberg…¡Y claro que lo sabían! Camus rompió su amistad con Sartre a cuenta de la catástrofe genocida en la URSS, ante la que Sartre prefirió el silencio ¿Y no fue Brecht, acaso –ese repugnante humanoide tan celebrado por la nauseabunda progresía-, quien escribió aquello de que «cuanto más inocentes son más merecen morir»? Que no sabían, dicen. Y un cuerno.

Solzhenitsin se alzó contra aquella barbarie que un lobotomizado mundo progresista había creado. Plantó cara al Moloch soviético sin sombra de esperanza, cuando el paraíso terrorista del marxismo prometía eternizarse. Afortunadamente ha vivido lo suficiente para mirar a la cara a sus carceleros por las calles de Rusia; afortunadamente alcanzó a ver la luz de la victoria, la Luz del Cristo que encontró en el Gulag y en las iglesias de la santa Rusia. Afortunadamente pudo regocijarse con la Libertad –no «las libertades» de este sistema inmundo, sino la Libertad, con mayúsculas- y con la disolución decretada en fecha de la Navidad (25 de diciembre de 1991), que finiquitaba oficialmente tan monstruosa máquina de picar carne humana como era la propia URSS.




De una altura moral superior a la de muchos celebrados iconos del pasado siglo, Solzhenitsin no ha recibido el reconocimiento que sin duda merece. El abrumador dominio de los medios progresistas en occidente ha impedido que el mundo le tribute el homenaje que le corresponde; Solzhenitsin combatió el comunismo, pero denunció el consumismo con igual ardor, como otra vía –quizá más peligrosa- de inmersión en el más soez de los materialismos. Y, al contrario que un Mandela, pongamos por caso, no mostró complacencia alguna con el poder mundial, ni compartió los presupuestos del extravío posmodernista y todos sus funestos y, a menudo, mortíferos derivados. Solzhenitsin jamás consideró al capitalismo como alternativa al socialismo, sino a la espiritualidad como única respuesta al desastre materialista. Solzhenitsin interpretó, como pocos, al capitalismo y al comunismo como manifestaciones aparentemente dispares de idéntico desvarío.

En abril de 1976, el entonces reciente Premio Nobel Alexander Solzhenitsin, visitó España. Concedió varias entrevistas, una de las cuales a TVE. José María Iñigo fue su interlocutor. El escritor ruso habló largo y tendido de la libertad de que gozábamos en España. Aquí se podía viajar a donde uno quisiese; aquí podías hacer fotocopias sin pedir permiso a la policía; aquí podías comprar periódicos de cualquier parte del mundo, llegar a tu casa a la hora a la que quisieses sin dar más razón que a tu familia y hasta ir a la huelga, ante lo que el sistema hacía la vista gorda pese a ser ilegales. Y también podías salir del país cuando te diese la gana. Y comprar lo que quisieses. Y la correspondencia era privada. Y los jueces cumplían los códigos. Y podías comer lo que tu conveniencia económica te aconsejase, y hasta creer en Dios o dejar de hacerlo y, en todo caso, sin tener que dar cuenta a nadie.

Estábamos entonces aún en el franquismo, aunque el Caudillo ya no vivía. La reacción de la progresía imperante –sí, ya por entonces- fue furibunda. Entre los insultos que le fueron dedicados por decir la verdad, destacó la singular canallada que le dedicó el miserable Juan Benet: «Yo creo firmemente que, mientras existan personas como Alexandr Solzhenitsin, los campos de concentración subsistirán y deben subsistir. Tal vez deberían estar un poco mejor guardados, a fin de que personas como Alexandr Solzhenitsin no puedan salir de ellos».




Pero no termina ahí la cosa. Con motivo de la muerte de Solzhenitsin, hace ahora un año, reapareció en los medios el entrevistador de 1976, el llamado Iñigo. En la vorágine de mentiras históricas que nos anega en estos tiempos, dicho periodista ha querido contribuir con su granito de arena, asegurando que «el programa llenó de alegría a los más conservadores, hasta el punto de que hubo que repetirlo para que Franco, que se lo había perdido, pudiera verlo». Naturalmente que Franco se lo había perdido. Como que llevaba muerto cinco meses.

Y así se escribe la Historia, amigos. ¿Quién respondió a la mentira? ¿Quién puso al falsario en su sitio? ¿Cómo, cuando los fariseos ocupan los sillones, la Academia, los medios, la Moncloa y, por si acaso, la oposición? Pues así se escribe la Historia.

**La manipulación de la célebre fotografía de un soldado soviético izando la bandera con la hoz y el martillo sobre el Reichstag berlinés, en 1945, quedará al descubierto como exponente de un prehistórico ‘photoshop’ de la propaganda de Moscú.

Una retrospectiva del prestigioso museo berlinés Martin Gropius Bau documenta el artificio que el fotógrafo Yevgueni Chaldej realizó sobre un momento histórico que, según los expertos, tal vez nunca existió como tal.

La muestra se inaugurará el próximo jueves, pero el semanario ‘Der Spiegel’ avanza un par de imágenes trucadas detectadas por los expertos. Primero, Chaldej retocó la imagen del presunto y valeroso soldado del Ejército Rojo, ya que aparecía con dos relojes en la muñeca, lo que apuntaba al pillaje en plena caída del Tercer Reich. El fotógrafo rascó en el negativo, explica el comisario de la exposición, Ernst Volland, autor de un libro sobra la caída de Berlín y la toma del Reichstag, el 2 de mayo de 1945.

No satisfecho con esa mejora, Chaldej se centró en otra más compleja. Sustituyó, con un montaje sobre otro negativo, la bandera que aparecía mortecina por otra con la hoz y el martillo al viento.
*Fernando Paz Cristóbal/ReL

24 noviembre 2009

El Papa se une al dolor de la Iglesia Ortodoxa Serbia

Funeral del patriarca Pavle, fallecido a los 95 años

CIUDAD DEL VATICANO, jueves 19 de noviembre de 2009 (ZENIT.org).- Benedicto XVI se ha unido al dolor de la Iglesia Ortodoxa Serbia que este jueves se celebró en la catedral de San Sabas, en Belgrado, el funeral de su patriarca, su beatitud Pavle, fallecido el domingo pasado a los 95 años.
Más de doscientos mil fieles participaron en la ceremonia, llenando las calles de la capital. En el rito, estuvieron presentes el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, y, en representación del Papa, el cardenal Angelo Sodano, decano del Colegio Cardenalicio.



SU SANTIDAD PAVLE, ARZOBISPO DE PEC, METROPOLITA DE BELGRADO Y KARLOVCI, PATRIARCA DE SERBIA

El purpurado llevó un mensaje de pésame de Benedicto XVI, dirigido al arzobispo Amfilohije, metropolita de Montenegro y Locum, quien mantiene el trono de la Iglesia Ortodoxa Serbia durante esta sede vacante.

En el mensaje, el Papa expresa su "sentido pésame", asegurando su "unión en la oración a quienes lloran a su padre y pastor".

Recuerda que "en una larga vida al servicio del Evangelio, el difunto patriarca dio testimonio de fe y de fortaleza espiritual incluso en momentos particularmente difíciles, caracterizados por conflictos y guerras".

El pontífice pide al Señor que "su ejemplo pueda ser de consuelo para los corazones de sus fieles y para tantas otras personas de buena voluntad, que, alentadas por su perseverancia" se comprometerán "a vivir plenamente la fe cristiana y a servir con celo la gran causa de la reconciliación y de la paz".

El Papa recuerda "con gratitud la generosa y cálida acogida" que el patriarca Pavle ofreció a los miembros de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto durante la asamblea plenaria de septiembre de 2006, celebra en Belgrado.

"Otros muchos han sido los gestos de fraternidad con la Iglesia católica y los encuentros entre católicos y ortodoxos que han tenido lugar con su bendición. Que el dolor por la pérdida del patriarca Pavle --desea Benedicto XVI-- se transforme en segura esperanza del 'nacimiento al Cielo' y su recuerdo siga inspirando un fuerte crecimiento espiritual del pueblo al que sirvió con entrega y generosidad".



"Que su recuerdo sea también una invitación a todos a continuar por el camino del diálogo y de la búsqueda de la comunión plena entre todos los discípulos de Cristo", concluye.

El patriarca, cuyo nombre de pila era Gojko Stojčević, nació el 11 de septiembre de 1914, en el pueblo de Kućanci, cerca de Donji Miholjac en la actual Croacia. Tomó el nombre de Pavle (Pablo) al entrar al monasterio tras la segunda guerra mundial.

Fue elegido obispo de Ras y Prizren (incluye todo Kosovo) en 1957, misión que desempeñó durante 33 años hasta ser elegido patriarca (1990).

Su período comenzó en pleno proceso de disgregación de la República Socialista Federal de Yugoslavia. Mantuvo a la Iglesia Serbia alejada de las luchas políticas y alzó su palabra para que se solucionaran los problemas con el diálogo, y pidió que Serbia fuera un Estado democrático.

Pero los momentos más difíciles vinieron tras las guerras entre el gobierno central de Belgrado y las repúblicas separatistas de Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina y Macedonia, cuando estalló el conflicto en Kosovo.

Pavle, que ya como obispo de la zona había denunciado la difícil situación de las poblaciones cristianas de Kosovo, decidió comprometerse en primera persona para salvaguardar a los últimos serbios que se quedaron a vivir en esa provincia.

Uno de los momentos decisivos de su patriarcado tuvo lugar el 24 de septiembre de 2000, cuando Slobodan Milošević no quiso reconocer la victoria en las elecciones de su adversario Vojislav Koštunica: el patriarca Pavle reconoció en nombre de la Iglesia Ortodoxa a Koštunica como presidente elegido. Aquel pronunciamiento fue decisivo para que Milošević comprendiera que había llegado su hora de abandonar el poder.

10 noviembre 2009

Lech Walesa: Juan Pablo II tuvo gran parte en la caída del Muro

"Europa necesita desesperadamente los valores que empujaron aquella revolución"




Lech Walesa, Presidente de Polonia 22 de diciembre de 1990 – 23 de diciembre de 1995.


BERLÍN, 10 de Noviembre 2009 ( ZENIT.org ).- La apertura del Este y la caída del Muro se deben principalmente a la intervención de Juan Pablo II y a la fuerza motriz de la Divina Providencia, dijo el cofundador del sindicato polaco Solidaridad y más tarde Presidente de Polonia, Lech Walesa, ayer por la noche durante las celebraciones de la caída del Muro de Berlín.




“Se debería construir el futuro de la Europa unida sobre el fundamento de la verdad de la historia, no sobre la mentira – insistía Walesa –. No fueron sólo los políticos quienes en ese momento llevaban las riendas del golpe de libertad”.


Logotipo del Sindicato Libre Solidarność.


"La verdad es muy importante cuando hablamos del curso de la historia", dijo Walesa durante la Fest der Freiheit (Celebración de la libertad). Para Walesa, Juan Pablo II y el movimiento obrero Solidarnosc (Solidaridad) tienen la mayor parte en la nueva apertura de Europa.



Tygodnik Solidarność ("Solidaridad Semanal") - El primer periódico legal semanal "Solidarność" antes de la ley marcial en Polonia.


Bajo una lluvia persistente, la canciller alemana Angela Merkel cruzó ayer muy sonriente, con sus anfitriones y cientos de personas, que se abrían paso a empujones, el puente de la Bornholmer Strasse, uno de los primeros pasos fronterizos abiertos en 1989. Para Merkel, uno de los momentos más felices de su vida, confesó.


Juan Pablo II, el Grande.


Las celebraciones de los 20 años de la caída del Muro comenzaron con un servicio religioso en la iglesia de Getsemaní, símbolo de la disidencia de Berlín Este. Junto con el ex Presidente Mikhail Gorbachov y Lech Walesa, y otros luchadores por los derechos civiles, así como varios testigos, la canciller alemana cruzaba simbólicamente la frontera, donde desde el 13 de agosto de 1961 hasta el 9 de noviembre de 1989, más de un centenar de personas fueron brutalmente fusiladas.




Lech Walesa, elogió el papel del Papa polaco en la caída del muro de Berlín. Durante su testimonio se pudieron ver en las pantallas escenas de la legendaria visita del papa Juan Pablo II a Polonia en 1979, y del levantamiento de los mineros. Las imágenes mostraban que en el astillero “Lenin” de Gdańsk comenzó una Europa libre.

Su primer viaje a Polonia en junio de 1979, tuvo un impacto enorme, pues era la primera visita de un Papa a un país comunista. Este hecho suscitó una fuerza enorme en Polonia. Para los alemanes la reunificación, que todavía sigue siendo un desafío, comenzó el 9 de noviembre de 1989.

"Europa necesita desesperadamente los valores que empujaron a aquella revolución”, reiteró Walesa en la ceremonia, que millones de espectadores pudieron seguir por las pantallas de la televisión alemana.

Momentos antes, bajo la Puerta de Brandeburgo, la canciller Angela Merkel había recordado la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, como el día de la "victoria de la libertad", una libertad, que no debe contemplarse como un bien "sobreentendido", sino como algo por lo que se lucha y defiende cada día.




El 4 de junio de 1979, el papa dijo a los representantes del régimen comunista: "Permítanme, venerables señores, que siga considerado el interés de Polonia como mío, y de participar en él tan profundamente, como si todavía viviera en este país y fuera ciudadano de esta nación".

El inolvidable papa Juan Pablo II, el "centinela de la puerta de la libertad", como le llamó Helmut Kohl, pasó el 23 de junio de 1996, al final de su visita a la Alemania reunificada, por la Puerta de Brandeburgo.


Funeral de Juan Pablo II


"Ahora que he pasado por la Puerta de Brandenburgo siento que se acabó verdaderamente la Segunda Guerra Mundial", comentó Juan Pablo II en aquel momento, profundamente conmovido.

El ex presidente de Polonia y Premio Nobel de la Paz, Lech Walesa, junto al primer ministro de Hungría, Miklos Nemeth, puso en marcha ayer noche la operación de derribo del dominó gigante de 1000 piezas, con el que se simboliza el fin del Telón de Acero, en el vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín. El político polaco llevó a cabo esta simbólica acción desde la sede del Parlamento Federal, el Reichstag.


Lech Walesa fue elegido presidente del Sindicato Libre Solidarność.


Fue todo un homenaje a Polonia, al primer papa de este país del Este, que fue el primero que forzó unas elecciones democráticas.



Ali Agca quiere bautizarse en el Vaticano

15 de mayo, 2009. Ali Agca intentó asesinar a Juan Pablo II en 1981, ahora quiere ser bautizado en el Vaticano.

Según el diario turco Today’s Zaman, Agca ha dicho a su abogado que ademas quiere visitar la tumba de Juan Pablo II y encontrarse con Benedicto XVI.

Agca disparó a Juan Pablo II el 13 de mayo de 1981 en la plaza de San Pedro. Juan Pablo II le visitó en la carcel y le perdonó. Actualmente se encuentra preso en una carcél turca por otros delitos, pero será liberado en enero próximo.

El monaquismo ruso da signos de despertar

Habla el monje ortodoxo Pëtr Meščerinov del Monasterio San Daniil de Moscú



ROMA, jueves 5 de noviembre de 2009 (ZENIT.org).- Tras haber resistido a la violencia de los comunistas soviéticos, el monaquismo ruso está dando signos de despertar, preparándose a resistir a la secularización de la modernidad.



Icono de san Daniel de Moscú.


Esto es cuanto sostiene Pëtr Meščerinov, Igumeno del Monasterio San Daniil de Moscú y Vicedirector del Centro para la formación espiritual de la infancia y de la adolescencia del Patriarcado de Moscú.

ZENIT lo entrevistó con ocasión de su estancia en Italia para el Congreso internacional sobre el tema “Buscadores de lo eterno, creadores de civilización. El Monaquismo entre Oriente y Occidente” organizado por la Fundación Rusia Cristiana (www.russiacristiana.org).

-¿Cuanto cuenta la contemplación y cuánto la acción en el monaquismo oriental?

Meščerinov: Puedo hablar del monaquismo ruso. Ya desde tiempos antiguos, por tradición, tenemos dos vías monásticas distintas ligadas a dos santos rusos: san Nilo de Sora y san José de Volokolamsk. Eran contemporáneos y discutieron fuertemente, incluso, entre ellos.

Eran diatribas muy profundas, disputas más bien complejas y podría resumir así brevemente las corrientes que los dos santos propugnaban: Nilo de Sora defendía la dimensión contemplativa, mientras que José de Volokolamsk defendía la dimensión activa.



Icono de san Nilo de Sora.



No se puede decir que estos dos aspectos estén en contradicción uno con otro, porque en la dimensión contemplativa encontramos también su incidencia en la vida cultural rusa, en la literatura, en el redescubrimiento de los Padres de la Iglesia; por otra parte si tomamos la corriente más activa, más comprometida con lo social de san José Volokolamsk, podemos observar que con su acción no pretendía sustituir al Estado, sino que mantenía firme su adhesión a sus propias raíces contemplativas.

Para concluir, podemos decir que no existe una contradicción real entre las dos dimensiones.

Ya san Macario el Grande decía que cada monje tiene su vocación específica, su actividad específica, y que por tanto quienes contemplan no deben juzgar a quienes sirven y viceversa, quienes sirven no deben juzgar a quienes se dan a la vida contemplativa, porque están íntimamente conectados uno con otro y constituyen juntos la verdadera comunidad monástica cristiana.

-¿Quiénes y cuántos son los mártires del monaquismo ruso?

Meščerinov: En lo que respecta al monaquismo ruso podemos hablar sobre todo de los nuevos mártires del siglo XX. Muchos han sido canonizados y muchos otros aún no han sido canonizados, pero el cierre masivo de los monasterios en la época soviética atestigua que los monjes han dado la vida para defender el ideal monástico.

-Frente a una rápida y salvaje carrera de la modernidad, ¿cómo están reaccionando las comunidades monásticas rusas?

Meščerinov: Las comunidades monásticas reaccionan de dos modos distintos. Para responder a esta pregunta es necesario tener en cuenta que la tradición monástica rusa fue interrumpida violentamente durante el periodo soviético, y por ello el monaquismo ruso hoy está precisamente buscando una respuesta a esta pregunta.

Por ahora no se ha encontrado una respuesta, y por tanto hay dos variantes: o una radical separación y autoexclusión del mundo, que no es el sano “salir del mundo” que se entendía tiempo atrás, cuando se pensaba en el monaquismo, sino como una forma maníaca de protegerse de la agresión del mundo. La segunda variante está ligada a la secularización, exteriormente se declara ser monje, pero en realidad se inserta en al curso de la vida secular de todos.

Aún este momento de prueba no encuentra una respuesta en la vida de la Iglesia. En mi opinión personal, pienso que la comunidad tiene seguramente que protegerse de ciertos fenómenos del mundo moderno, pero esta protección debe suceder de modo sobrio, adecuado, sano y eclesial, y no de modo asocial.

-¿Cuál es la realidad de estas comunidades hoy?

Meščerinov: La principal tragedia de nuestra vida eclesial de hoy está en la falta absoluta de comunidad. Hay comunidades que nacen en contraposición a la postura de la Iglesia en sentido general, pero comunidades en cuanto tales como norma de vida comunitaria, no hay.

Esto está vinculado seguramente a la herencia soviética, porque en ese periodo cada agregación era mirada con sospecha y era susceptible de represión, y de hecho en la misma conciencia de muchas generaciones de personas se ha creado un instinto antisolidario.

Cuando personas educadas según esta mentalidad entran hoy en la Iglesia es muy difícil sentir e incluso entender que se trata de una comunidad cristiana, porque cualquier forma de agregación sufre la influencia del colectivismo soviético, mientras que la comunidad cristiana y el colectivismo soviético son dos cosas que no tienen nada que ver una con otra.

Por ello los rusos de hoy no tienen predisposición a la vida comunitaria, y esto se refleja también en la vida monástica. Nosotros no tenemos comunidades verdaderas y propias comunidades monásticas, tenemos monasterios formalmente organizados, hay algunos monjes, algunos individuos solos con una vocación recta y sincera, pero no consiguen inserirse bien en la comunidad.

Esta es seguramente una tarea para el futuro, o quizás nuestra vida eclesial y social haya llegado a un punto de no retorno en el que es prácticamente imposible volver a la solidaridad auténtica. Pero esto lo mostrará el futuro.

09 noviembre 2009

Veinte años, y un día de obsceno silencio para la izquierda corrupta*

Muchas cosas han cambiado desde 1989. Pero persisten frente al comunismo la prepotencia de la izquierda, la cobardía de parte de la derecha y la clarividencia de la Iglesia.


El muro de Berlín, junto a la puerta de Brandemburgo.

Se cumplieron veinte años de un día que no olvidaremos quienes lo vivimos. Muchos preferirían olvidarlo, unos porque defendían el comunismo y otros porque temen aún el coraje y la clarividencia que ellos no tuvieron y los pueblos oprimidos sí. En general, tanto en 1989 como en 2009, la izquierda fue culpable, cómplice o complaciente con el comunismo genocida, corrupta como suele; la derecha no se atrevió siempre a ser ella misma y confundió el grito de la libertad con la llamada del bienestar. Pero, como la Iglesia supo entender en sus décadas de resistencia ante aquel materialismo, los pueblos del Este no se alzaron para luchar especialmente por "el libre mercado", sino para ser ellos mismos.

Una izquierda nostálgica del horror

Personalmente no puedo separar el recuerdo de 1989 de las mejores lecciones de historia que he recibido nunca. Don Ángel Martín Duque, en su clase semanal, prescindió aquel año de buena parte del temario oficial y nos explicó cómo, siguiendo a Croce, toda la historia es contemporánea. Lo que ni el comunismo entendió ni algunos de sus pretendidos rivales han comprendido jamás son, precisamente, las lecciones de la Historia.


Mehmet Ali Ağca, autor material de un atentado en contra de la vida del papaJuan Pablo II, ocurrido el 13 de mayo de 1981 en la Plaza de San Pedro en la Ciudad del Vaticano.

Esa historia incluye a Jan Palach, a los caídos del Muro, a los adolescentes húngaros masacrados en 1956 y a todos los que, desde 1917 hasta hoy, han intentado ahorrar a las siguientes generaciones el terror inhumano de los discípulos de Marx. Es por lo menos curioso que el PCE haya renovado sus cargos precisamente en estas fechas, con el respetado Francisco Frutos puño en alto, con José Luis Centella defendiendo las ideas de Lenin y con muchos afiliados de Zapatero pensando algo parecido. El presidente del Gobierno es más elegante en la formas, pero canta la Internacional y homenajea al gran impune de España, Santiago Carrillo. Así que esa es la izquierda que tenemos: una que no sabe Historia.

La Virgen de Fátima, en la Basílica de san Pedro, en el Vaticano.

La derecha, entre los complejos, las dudas y la grandeza

Este verano los jóvenes de la derecha italiana celebraron su Atreju titulándolo Oltre ogni muro. En pocos lugares se ha celebrado la reunificación de Europa –aparte de Alemania- tanto como en Italia. Y en pocos tan poco como en España. Algo querrá decir, y algo habrán aprendido, espero, los observadores españoles que fueron a Roma con los chicos de la Giovane Italia.

1989 no fue una victoria de la derecha, porque una parte de ella –la a menudo llamada centro, en especial- había creído eterno el comunismo e irreversible la división de Europa y de Alemania. Una alianza de resignación e intereses. La libertad de los pueblos, ay, no vino gracias a Henry Kissinger ni a John F. Kennedy. El acta final de Helsinki quedó rota no por los gobernantes, sino por los pueblos en marcha aquel año. Y la victoria de los pueblos fue una lección para todos los pacatos de todos los tiempos: la grandeza de las ideas de la derecha europea quedó demostrada, tras cinco décadas de opresión, más por las personas que por muchos de los líderes. Tres excepciones diferentes y modélicas fueron o habían sido ya Helmut Kohl, Margaret Thatcher y un Ronald Reagan al que Europa debe más de lo que cree.


El cardenal ucraniano Jesyf Slipyj


La Iglesia, en su lugar

Pero 1989 fue también el año de quien sí supo ver con claridad. Obviamente, Juan Pablo II; antes que él y con él, la Iglesia del Silencio. La fe de los pastores católicos alimentó –sin hacer política- la fe de los pueblos y socavó los cimientos de un régimen fracasado antes en lo moral que en lo material. El Paraíso, aunque Centella lo crea, nunca estuvo en la URSS, y esto lo dejaron muy claro desde 1917 muchos millones de héroes y mártires. Cientos de miles, católicos y ortodoxos unidos, en la vieja Rusia; miles de sacerdotes y catorce obispos en la España la Segunda República; y después una persecución cruel de la que los cardenales Alojzije Stepinac, József Mindszenty, Slipyj, Alexandru Todea, Iuliu Hossu, Jan Korec, Miloslav Vlk, Tomasek y Wiszynski fueron sólo los rostros más conocidos.


Juan Pablo II y el Cardenal Wyszynski, gran pastor polaco.

No hay Paraíso que legitime 100 millones de muertos. Tampoco ninguno, sea de comunismo o de bienestar, que justifique la negación de la verdad y de la libertad. Condenando el comunismo la Iglesia no bendijo sus alternativas –nunca lo ha hecho- y por la misma razón marcó el rumbo que buena parte de la gente de la Europa liberada quiere seguir: buscar la libertad sin aceptar otro tipo de servidumbres.

El pueblo, la respuesta

Una izquierda nostálgica del Mal o complaciente con él. Una derecha en gran parte apocada o, peor aún, tergiversando lo sucedido hasta 1989. ¿La gente lo arriesgó todo por enriquecerse, por comer en McDonalds o por comprarse unos Levi´s? Ciertamente no, y son los militantes anticomunistas de siempre y la Iglesia por su parte quienes nos recuerdan la importancia de esta fecha.


Mijail Sergueievich Gorbachov; Privolnoje, Stavropol, 1931) Último dirigente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS.

En 2009 ¿es aceptable que el puño en alto, el himno del Gulag y los trapos rojos se consideren progresistas y modernos? ¿Es respetable que socialistas y comunistas se enorgullezcan de semejante pasado? ¿Es digno que los jovencitos progres y trepas de otras latitudes ideológicas les rían la gracia para quedar bien y que no los llamen, horror, derechistas? ¿Es presentable que los supermodernos aspirantes a entrar en la Casta acusada por Enrique de Diego vean con mejores ojos el comunismo y sus consecuencias que el anticomunismo y su dignidad? Conozco las respuestas para Italia y para la Iglesia, por ejemplo, y me gustan. Temo conocerlas para muchos en España, y antes de saber más preferiría que se lo pensasen. Ayer fue un día para celebrar la libertad y honrar a los caídos. Hoy toca reflexionar.

¿Somos dignos de quienes nos preceden o nos limitamos a querer vivir de su heroísmo sin reconocerlo, honrarlo, elevarlo a modelo, recompensarlo ni mucho menos imitarlo? Si mira usted a los profesionales de la política tendrá un tipo de respuestas. Si habla con la gente normal que recuerda qué fue aquello tendrá algo mejor. Vayamos, pues, hacia el pueblo.

*Por Pascual Tamburri, en el Semanal Digital.com
Juan Pablo II , el olvidado del Muro de Berlín*

No fue Alemania, sino Polonia, quien terminó con el comunismo. El obispo de Cracovia y el electricista de Gdansk han sido preteridos en el vigésimo aniversario de la Caída del Muro de Berlín. Merkel, que procede de la RDA, nada hizo por tumbar el comunismo, mientras George Bush se quedó en mero espectador, Gorbachov se aprovechó de la brecha abierta y Kohl reunificó Alemania… a posteriori






El Museo de Solidaridad, situado a escasos metros de la entrada a los Astilleros Lenin, en la ciudad polaca de Gdansk, no se caracteriza por su suntuosidad, más bien exhibe penuria de medios. De cualquier forma, en sus estancias se emiten reiteradamente un vídeo que recoge el verdadero domino que se derrumbó en la Europa esclavizada por el marxismo: primero en Polonia, luego, como un castillo de naipes, en Alemania, Rumanía, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria, Yugoslavia, Albania, Finlandia y, como colofón, dejando abierta la URSS para que liberara a su 17 repúblicas esclavas y adelgazara hasta convertirse en Rusia.

Es importante que una historia tan reciente sobre una tiranía que aherrojó a la mitad de la humanidad, no se manipule ya en su vigésimo aniversario. Los vencedores del comunismo fueron el papa Karol Wojtyla y el electricista Lech Walesa.

El primero fue el pensador, y el hombre de fe, que criado frente al nazismo y desarrollado su ministerio sacerdotal en la Cracovia comunistas, supo exhibir ante el mundo las miserias de las filosofías nazi y leninista, su podredumbre interna, al tiempo que superando a la escuela Gandhi por varios cuerpos de ventaja, supo con vencer al Ejército rojo con la fuerza de la razón, de la palabra.




Por su parte, el sindicalista Lech Walesa, siguiendo los pasos de su admirado Juan Pablo II, con una valentía increíble, supo doblarle el pulso a un régimen que parecía imbatible, justo donde más presumía: en sus estructuras económicas que negaban el derecho a la propiedad privada y a un salario digno. Al final, se le ha invitado a inaugurar el simulacro de derribo del dominó de Berlín. Un gesto menor.

Y no es la izquierda –convertida hoy en vaporosa, aunque peligroso, progresismo- quien le está robando el mérito de la caída a Wojtyla y Walesa, al muerto y al vivo, sino la derecha pagana que controla Occidente, tan progre como capitalista, que controla Occidente.

La protagonista de los actos conmemorativos del vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín, metáfora de la caída del comunismo, es Alemania y Ángela Merkel, cuando deberían ser Polonia y el precitado Wojtyla. La canciller democristiana se crió en La llamada República Democrática alemana, pero no se le conoce tarea de oposición alguna al régimen de Erick Hocneker.

La canciller alemana se está llevando una gloria que en nada le corresponde.
Helmut Kohl, su mentor, no derrumbó el comunismo, es más, fue un líder demasiado respetuoso con los vecinos. Eso sí, una vez tumbado el muro, Kohl se apresuró a logra la reunificación sin reparar en gastos.

Lo mismo puede decirse de George Bush padre, que nada hizo contra el comunismo ni de su antecesor, Ronald Reagan que sí, comenzó una tarea de desnuclearización, muy loable, ciertamente, pero Reagan jamás se planteó la caída del leninismo, sino su contención.




Me dirán que Gorvachov es un caso totalmente distinto. ¿Seguro? Gorvachov fue un personaje que no dirigió nada sino que fue dirigido por las circunstancias. Resultó muy útil, ciertamente pero fue totalmente inconsciente de que lo que estaba haciendo. Como confesó Juan Pablo II a André Frossard, “el problema de Gorvachov es cambiar de Sistema sin cambiar el sistema”. Con Vladimir Putin, la asignatura que identificara Wojtyla continúa con el aprobado pendiente.

Aquí el único que supo captar el peligro del huracán Wojtyla, que no amenazaba un cambio de régimen en Polonia, sino un viraje en toda la humanidad, la sometida la tiranía, el único que supo ver que Juan Pablo II ni pretendía destruir el Régimen de Varsovia sino el régimen estalisnistas, fue el ucraniano Leonidas Breznev, secretario general del PCUS. En 1979, diez años antes la caída del Muro, Juan Pablo II inició su primer viaje a Polonia. Aquel ucraniano, el hombre más poderoso del mundo en esos momentos, insiste ante las autoridades polacas en que el viaje no debería realizarse. A Edward Gierek, secretario general del partido Comunista Polaco le aconsejó: “El Papa es inteligente. Díganle que suspenda el viaje por enfermedad”.




No era mala amenaza. Juan Pablo II se habría pensado el viaje si las autoridades comunistas, en lugar de retarle en paz le hubieran amenazado con hacer una escabechina entre los católicos polacos. Breznev sí sabía lo que estaba en juego, Gierek creyó que podía controlar a su compatriota. Por eso, al contemplar la deriva que tomaban los acontecimientos ordenó el asesinato del Pontífice.




Ahora, veinte años después, la derecha pagana se ha adueñado de Europa. Y eso es lo malo: porque Juan Pablo II sí tenía un sustituto para el comunismo, pero los líderes europeos actuales no lo tienen. Saben que no se puede volver al comunismo, pero no saben hacia dónde deben caminar. Y algunos, incluso sospechan que la tontuna de Al Gore no supone ideario suficiente.
Como guinda de la tarta, el inefable presidente del Gobierno español, Zapatero, volvió a caer en el patético ridículo al que nos tiene acostumbrados, al comparar la caída del Muro de Berlín con la Transición a la democracia en España.

*Eulogio López, en Hispanidad
El Papa cita a Havel y a Kafka

Ni los más optimistas esperaban un éxito semejante. Las cifras y las imágenes así lo avalan, pero sobre todo han llamado la atención la frescura y densidad de los discursos del Papa, la alegría de la comunidad cristiana, la calidad de la escucha, el respeto y la expectativa de una sociedad que se preveía gélida ante la visita.




Benedicto XVI.

Ya en el avión que le trasladaba a Praga, Benedicto XVI quiso evocar a dos testigos de la resistencia frente al totalitarismo, el intelectual laico Vaclav Havel y el heroico cardenal Tomásek, haciendo evidente que ambos habían luchado por la verdad y la libertad. El nexo indestructible entre ambas ha sido uno de los ejes vertebradores de todo el viaje. El Papa ha recordado que la propia experiencia de la dictadura comunista hizo madurar la convicción de que la libertad no puede ser un espacio vacío, sino que está vinculada a la verdad y al bien.


Václav Havel, Presidente de la República Checa
1 de enero de 1993 – 2 de febrero de 2003


Más tarde, ante los representantes del mundo académico, sostendría que "el anhelo de la libertad y de la verdad es parte inalienable de nuestra común humanidad... al que tratan de responder, cada una con su propio método, la fe religiosa y las artes, la filosofía, la teología y las diversas ciencias". Y ante las autoridades políticas advirtió que "la lucha por la libertad y la búsqueda de la verdad van juntas, mano a mano, o juntas perecen miserablemente". Ante los políticos, los intelectuales y los jóvenes, el Papa ha fustigado sobre todo el corrosivo cinismo que induce a nuestros contemporáneos a desertar de la búsqueda de la verdad.


Franz Kafka.


En un país cuyas estadísticas demuestran el crecimiento vertiginoso de la indiferencia religiosa, Benedicto XVI ha reivindicado el derecho de ciudadanía de una fe que por naturaleza es amiga de la razón. Esa fe que alimentó la resistencia frente a la dictadura, que ha sido el alma de la cultura nacional, y que ahora ofrece su respuesta al deseo de sentido, a la sed de esperanza de una generación desorientada. Desalojar esa fe del ámbito público fue una pretensión del régimen comunista y puede ser ahora una tentación del nuevo escepticismo post-totalitario. La advertencia del Papa ha sido clara: esa marginación "no convertirá a nuestras sociedades más razonables o tolerantes, sino que las hará más frágiles y menos inclusivas, y cada vez les resultará más fatigoso reconocer lo que es verdadero, noble y bueno". El rechazo de Dios se vuelve contra el hombre y, tras la apariencia de autonomía y liberación, produce una tristeza e insatisfacción que son hoy moneda común en nuestras sociedades.



Praga: Catedral de San Vito.


El diálogo de la Iglesia con el mundo laico ha sido otro de los acentos evidentes, evidenciado por la doble mención a Havel y Tomásek. Según el Papa, agnósticos y creyentes se necesitan mutuamente: los primeros porque no pueden contentarse con su "no saber", sino que tienen que seguir buscando el significado de sus vidas; los segundos porque no pueden contentarse con lo que ya saben de Dios, sino que a través del diálogo deben buscar descubrirlo de un modo más profundo. Quizás por eso ha querido citar en su despedida a un intelectual símbolo de la perplejidad moderna como Franz Kafka, según el cual "quien mantiene la capacidad de ver la belleza no envejece nunca". Un siglo después ha llegado a Praga un Papa anciano pero de extraña juventud para dialogar con sus miedos y esperanzas. Porque "si nuestros ojos permanecen abiertos a la belleza de la creación de Dios y nuestras mentes a la belleza de su verdad, entonces podremos verdaderamente esperar seguir siendo jóvenes y construir un mundo que refleje algo de la belleza divina".



Mijaíl Gorbachov, Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética.


"Hay una meta pero ningún camino", sostenía inmerso en la niebla el genial escritor de origen judío. Benedicto XVI ha sabido mostrar con la altura de la razón y la persuasión del afecto que la Iglesia ha sido un camino real, abierto a todos, en la historia de la nación checa como en la de Europa entera: "aquí, como en otros lugares, en los siglos pasados muchos han sufrido por mantenerse fieles al Evangelio y no han perdido la esperanza; muchos se han sacrificado para volver a dar dignidad al hombre y libertad a los pueblos, encontrando en la adhesión generosa a Cristo la fuerza para construir una nueva humanidad". Un camino que sigue estando abierto para el hombre de hoy: "en la sociedad actual, donde tantas formas de pobreza nacen del aislamiento, del no ser amados, del rechazo de Dios y de la originaria y trágica cerrazón del hombre que piensa que se puede bastar a sí mismo, sólo Cristo puede ser nuestra esperanza cierta. Éste es el anuncio que nosotros los cristianos estamos llamados a difundir cada día, con nuestro testimonio". Habría sido hermoso verle dialogar con Kafka.



Veinte años después, realismo y esperanza**

Todavía recuerdo con algo de nostalgia aquellas jornadas de hace veinte años. Yo buscaba ansioso el telediario para saber qué había sucedido en Praga, en Berlín o en Varsovia, cuál era la última hora de aquel viento de la historia que se nos había concedido contemplar. Habíamos vibrado con las heroicas jornadas de Gdansk, con la victoria de Solidarnosç sobre el régimen comunista. Y después le llegó el turno a Praga, la ciudad de una belleza indescriptible que durante décadas estuvo velada por la cortina de hierro de la ideología. Nos parecía soñar.


Recorrido del Muro de Berlín y puestos fronterizos (1989).


La que aquí llamábamos "Iglesia del silencio" era capaz de convocar a los jóvenes, a los obreros y a los intelectuales, para levantar una gran esperanza, un proyecto de construcción social que recuperaba la gloriosa tradición cristiana del centro y este de Europa. Y todo aquello sucedía sin violencia, con un aire de libertad festiva en las calles, como un vértigo de recuperada alegría. ¡Qué aburrido y banal nos parecía nuestro Occidente de cada día, frente al espectáculo de aquella inesperada victoria, cuyo telón de fondo era el gran Papa llegado del Este!


Benedicto XVI.


Ahora Benedicto XVI está a punto de viajar a Praga. Ha elegido la República Checa como punto geográfico para hacer memoria de los veinte años transcurridos desde la caída del comunismo y para hacer cuentas con la realidad presente. Dos décadas después de la revolución de terciopelo los ciudadanos checos sienten un sabor agridulce al contemplar el recorrido. Prosperidad incierta, desorientación moral, falta de esperanza: es una partitura que se interpreta más o menos en todos los países que se liberaron por aquellas fechas del dogal comunista, y que hoy desafía muy especialmente a la Iglesia. El Papa lo sabe, y sus discursos no serán una alegre conmemoración sin más.



Estatua ecuestre de S Wenceslao, ante el Museo Nacional.


Esta visita no se celebrará en medio de aquel entusiasmo que recibió al Papa Wojtyla en la plaza de San Wenceslao, cuando toda la sociedad reconocía a la minoritaria comunidad católica un papel de catalizador de la resistencia. Esta vez el clima será más hosco, más frío y reticente, y quizás por ello el viaje será menos épico pero más trascendental: ahora se trata estrictamente de la fe y de su capacidad para generar una nueva cultura en medio del desierto que avanza. Es un hecho contrastado que los grandes ideales cívicos y espirituales que sirvieron para derribar la dictadura comunista no han mantenido su fuelle, y un aire de cinismo lo circunda todo: escepticismo, pérdida de las raíces cristianas, incertidumbre cara al futuro, miedo a perder la propia identidad. Todo esto lo han dicho los obispos checos en una carta dirigida al pueblo cristiano con motivo de la esperada visita del Papa.


Cardenal František Tomášek - Placa commemorativa en Moravská Huzová.


En esa carta reconocen que "la gente tiene miedo a perder su propia identidad y descubre su incapacidad para responder claramente a la pregunta sobre quiénes somos y cuál es nuestro papel en la sociedad". Y refiriéndose a la situación de los católicos advierten que "si no sabemos quiénes somos y cuál es nuestra misión, terminaremos por defender tímidamente al cristianismo como una especie de debilidad personal para la que demandamos tolerancia, algo que está muy lejos de nuestra tarea de ser testigos de la verdad de Dios". Atrás quedan los días en que los jóvenes de Praga subían la colina para alcanzar la imponente catedral de San Vito y reclamar con cantos la presencia del anciano cardenal Tomasek, el roble de Bohemia. Después de la exaltación ha llegado el cansancio y tras el heroísmo, la mediocridad. Esto vale para el conjunto de la sociedad (que arrastra las taras de la ideología comunista contra la que se levantó) y también para una Iglesia que fue un icono para la resistencia, pero que ha encontrado tremendas dificultades a la hora de realizar su misión en el nuevo contexto.

El virus del relativismo ha mutado y es ahora más fuerte y esquivo. El enemigo ya no es la ideología totalitaria perfectamente encarnada en personas e instituciones, sino que se expande por doquier, un poco como si fuera el aire que se respira. El propio arzobispo de Praga, Miroslav Vlk, reconocía en una entrevista que para la Iglesia ahora es más difícil identificar el adversario y también la tarea. Hace veinte años los jóvenes desconocían su tradición cristiana pero miraban a la Iglesia como un faro de esperanza, pero la nueva generación está embebida de los mitos del consumismo y el placer a bajo coste, se alimenta de series televisivas disolventes y oscila entre el desprecio y el rencor hacia la fe que forjó la historia de la nación. Es algo que no resulta difícil entender desde Occidente.

Benedicto XVI no llegará con una sinfonía de loas ni una mirada nostálgica. Tampoco perderá el tiempo con un arsenal de críticas. Hace pocos días subrayaba que la misión esencial de la Iglesia es "ayudar a curar la herida interior del hombre, su lejanía de Dios, ya que el bien primero y esencial del que tiene necesidad es la cercanía de Dios mismo". Y como si se anticipara a la situación que afrontará estos días en la República Checa, decía: "si reflexionamos sobre la perplejidad del mundo ante las grandes cuestiones del presente y del futuro, entonces también dentro de nosotros debería brotar nuevamente la alegría por el hecho de que Dios nos ha mostrado gratuitamente su rostro, su voluntad, a sí mismo. Si esta alegría resurge en nosotros, tocará también el corazón de los no creyentes". Efectivamente, en las tierras liberadas del comunismo se ve hoy claramente que no basta apelar a la heroica resistencia de aquellos años ni a la riqueza de la tradición, que gritan, por ejemplo, las preciosas iglesias de Praga.


El Muro de Berlin en Bethaniendamm (1986).


Desde luego, el testimonio y el sacrificio de aquellos años no han sido inútiles, son una semilla para el futuro, una garantía de humilde pero tenaz esperanza. Pero los hijos de aquella generación que cantó a la libertad frente a los tanques necesitan encontrar hoy al cristianismo como hecho presente, capaz de dar razón de la propia vida y de las circunstancias de la historia, capaz de generar sociedad y de comunicar esperanza. Será una construcción lenta y paciente, desprovista de muchos resortes de antaño, basada sólo en la experiencia y el testimonio de la fe. Es la hora de un nuevo inicio, de una construcción como la que siglos atrás iniciaron los monjes, pero esta vez dentro de las calles y plazas en las que ya no campea el añejo estalinismo, sino el sutil nihilismo.
*José Luis Restán 01/10/2009
**José Luis Restán 24/09/2009

Me ha parecido muy interesante traer estos dos artículos en un día como hoy, 20 años exactos de la caída del Muro de Berlín. Benedicto XVI celebraba de otra manera este aniversario.