28 marzo 2007

Benedicto XVI y Kirill Ecumenismo

Desde 1993 desarrolla su labor en Moscú el Centro Cultural Biblioteca del Espíritu, que reúne los esfuerzos de un conjunto de intelectuales ortodoxos y católicos, deseosos de ofrecer un testimonio de la fe en Cristo dentro de una gran unidad. Como su propio nombre indica, una parte de su actividad se centra en una intensa y esmerada labor editorial, que entre otras cosas ha permitido rescatar muchas riquezas de la teología católica para los lectores rusos.


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Por iniciativa de algunos exponentes del Patriarcado de Moscú, la Biblioteca del Espíritu acaba de editar en ruso un verdadero clásico, la Introducción al cristianismo, que recoge las lecciones del joven teólogo Joseph Ratzinger a sus alumnos de Tubinga en 1967. A esta noticia se une el significativo hecho de que el Metropolita Kirill de Smolensk, presidente del Departamento de Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú, haya querido escribir personalmente el prólogo de esta edición.

Significativo el gesto, y muy aguda la reflexión que introduce estas páginas para los nuevos lectores, evidentemente, en su mayoría ortodoxos. En primer lugar, Kirill destaca que la sorprendente juventud de un texto publicado en el lejano 1967 está relacionada con la necesidad cada vez más urgente que tienen los cristianos de descubrir los principios fundamentales de su fe, de volver a sus orígenes y fundamentos. A su juicio, la diversidad de las coordenadas históricas no ha hecho envejecer a esta obra, porque las corrientes culturales que condicionaban la comprensión del cristianismo a finales de los 60 están dando ahora, precisamente, sus amargos frutos.

No olvidemos que aquí habla una de las personalidades punteras del mundo ortodoxo, especialmente del que ha salido de la larga noche del comunismo y ahora afronta el desafío de una secularización galopante. El Metropolita Kirill denuncia que los cristianos de Oriente y de Occidente nos hemos preocupado demasiado por encontrar un lenguaje para dialogar con el mundo, pero nos hemos olvidado de los contenidos a comunicar. Es decir, hemos dado la fe por supuesta, cuando es precisamente la naturaleza de la fe lo que estaba en cuestión. Parece como si hubiéramos perdido la confianza en que la Verdad que anuncia la Iglesia tiene por sí misma una gran capacidad de atraer a las personas, porque habla directamente al corazón, de modo que a nosotros nos corresponde simplemente presentarla en toda su integridad y plenitud.

Precisamente esto es lo que encuentra Kirill en Introducción al cristianismo y lo que le hace apreciar el enfoque del teólogo Ratzinger, convertido ahora en Benedicto XVI. El amor a la Tradición que respira toda la obra, es lo más opuesto a la estrechez de miras; por el contrario, se transforma en una mirada profunda, una sabia capacidad de captar la esencia íntima de las cosas. La preocupación por volver a los fundamentos del cristianismo no sustrae al autor de los graves interrogantes que plantea el mundo moderno, sino que le llevan a responder con decisión fundamentándose en la eterna Verdad. Por último, el responsable de las relaciones externas del Patriarcado de Moscú reconoce que en este libro se hallan admirablemente reflejadas las raíces comunes de la ortodoxia y el catolicismo, que deben alimentar el testimonio común de la fe ante la enésima ofensiva del relativismo de la que hoy somos espectadores.

Benedicto XVI ha agradecido con una carta personal el prólogo de Kirill de Smolensk a una obra que sigue siendo para él muy querida. El Papa pone el acento en que estamos ante el escenario de una modernidad materialmente acomodada, pero cada vez más frágil cultural y espiritualmente. Sin embargo, el corazón del hombre contemporáneo plantea preguntas e inquietudes justas, y sólo el Verbo Encarnado ofrece las respuestas que pueden saciar su sed. Por eso los cristianos, aferrados a Cristo y alimentados en la fuente de la Tradición viviente de la Iglesia, no deben temer anunciar la verdad de Dios, que hace libre y auténtica a la persona. La convergencia de análisis, de sentimiento y de compromisos que revela esta "correspondencia", revela mucho más que mera cortesía ecuménica. Tocamos ya con los dedos, el alma de la unidad.

El camino común que conduce a la verdad

La carta del Papa al Metropolita de Smolensk para agradecer el prólogo
que ha escrito para su libro Introducción al cristianismo, publicado en Rusia
por la Biblioteca del Espíritu a propuesta de algunos exponentes del patriarcado de Moscú

La Iglesia ortodoxa rusa ha seguido desde el comienzo con gran interés el pontificado de Benedicto XVI, apreciado en los ambientes de la cultura ortodoxa como teólogo de gran profundidad, agudeza y adhesión a la tradición. Procedente de algunos exponentes del patriarcado, hace alrededor de un año llegó al centro cultural Biblioteca del Espíritu la propuesta de publicar en lengua rusa, para el gran público, algunas obras significativas del pensamiento de Joseph Ratzinger. La elección recayó, en primer lugar, sobre la obra Introducción al cristianismo, que había circulado con anterioridad de forma semi clandestina en una edición impresa por la editorial belga Le Foyer oriental chrétien.

El prefacio que ha escrito para el libro el Metropolita Kirill, presidente del Departamento para las relaciones exteriores del patriarcado de Moscú, testimonia la conciencia común de la tarea misionera de la Iglesia en el mundo contemporáneo y de la centralidad de Cristo sobre quien dicha tarea se funda. Precisamente de esta consonancia, y de las perspectivas que nacen de ella, brota el agradecimiento con el que el Papa ha recibido el texto del alto exponente de la Iglesia ortodoxa rusa.

Prefacio del metropolita Kirill al libro, del papa Benedicto XVI, Introducción al cristianismo

El libro Introducción al cristianismo que proponemos ahora al lector ruso fue publicado por primera vez hace casi cuarenta años, en 1968. Reúne las lecciones pronunciadas en el curso del verano de 1967 en la Universidad de Tubinga por el sacerdote Joseph Ratzinger, que posteriormente se convertiría en el papa Benedicto XVI.

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Pero no es la actual posición del autor lo que motiva hoy la publicación de este libro en Rusia. En mi opinión, la razón principal por la que esta obra ha sido traducida y publicada muchas veces en distintas lenguas reside en la actualidad del tema que en ella se trata, una actualidad que aumenta con el paso de los años. Puede parecer paradójico, pero nosotros, cristianos de comienzos del tercer milenio, necesitamos cada vez más una introducción al cristianismo, necesitamos descubrir sus principios fundamentales, volver a los fundamentos, a los orígenes. Esta necesidad es sentida de forma particularmente aguda en el continente europeo, durante siglos cuna del cristianismo, cuya cultura y civilización se fundan sobre la fe cristiana.


Introducción al cristianismo es un intento de aclarar en profundidad el significado de la fe en Cristo en el mundo moderno. Alguien podría objetar que los años 60 del siglo pasado son muy distintos del contexto en el que vive la humanidad en la actualidad. ¿Qué puede decir este libro –habría que preguntarse– al lector contemporáneo, al hombre que vive en la época de internet, de los teléfonos móviles y de la globalización?

Hay que decir que el progreso tecnológico y los cambios sociales crean condiciones más favorables de vida material, pero no influyen positivamente en la vida espiritual de la gente. Por el contrario, las tendencias preocupantes que se observan ya en los años 60 en la condición espiritual del mundo que solía hacerse llamar cristiano, han adquirido hoy plena fuerza, y Europa se avergüenza incluso de sus propias raíces cristianas.

Analizando la situación actual del cristianismo en Europa fácilmente se tiene la tentación de reconducir las diferencias y las dificultades a factores exclusivamente históricos y políticos. No hay que olvidar que sobre la situación religiosa de los países de Europa del Este, y sobre todo de Rusia, influyeron notablemente las persecuciones contra la fe perpetradas por regímenes totalitarios. En la primera mitad del siglo XX también fue sometida a persecuciones análogas la Iglesia católica en Méjico y en la España republicana. Hay que subrayar que incluso aquellos que persiguieron a los cristianos en aquella época habían crecido a su vez en un contexto cristiano, habían tenido constantemente la posibilidad de escuchar el anuncio de la fe. Y, a pesar de esto, por diferentes motivos no acogieron «las palabras de vida eterna» (Jn 6, 68). ¿Fueron ellos los que lo rechazaron intencionadamente, o tal vez fueron los portadores del anuncio cristiano los que faltaron de alguna forma a su misión?

Pienso que nosotros, como creyentes miembros de la Iglesia, que tenemos como primera tarea la de anunciar el Evangelio; debemos extraer una lección de la historia y decidir nuevamente, cada uno por sí mismo, qué decir y de qué forma hablar de Cristo al mundo para poder ser escuchados. Me aventuro a afirmar aquí que un grave factor que obstaculiza la capacidad de acoger el anuncio cristiano en el mundo secularizado de hoy es el hecho de que los cristianos, tanto en oriente como en occidente, nos hemos preocupado fundamentalmente de encontrar un lenguaje adecuado para dialogar con el mundo, pero nos hemos olvidado de los contenidos a comunicar. En realidad, la esencia y el significado de la Buena Noticia que estamos llamados a anunciar es la Verdad misma, que tiene por sí misma una gran capacidad de atraer a las personas, al hablar directamente al corazón. A nosotros nos corresponde simplemente presentar a los hombres la Verdad en toda su integridad y plenitud, y será ella misma la que les haga libres (Jn 8, 32). Precisamente por este motivo es esencial volver continuamente a los orígenes, a la Tradición, que reviste una importancia vital para la Iglesia, porque en última instancia brota del Dios que se ha hecho Hombre. Debemos recordar siempre que el centro de nuestro anuncio debe ser el Verbo Divino Encarnado, nuestro Señor Jesucristo. Es Él en primer lugar quien debemos dar a conocer a los hombres. Si actuamos así, nuestras palabras encontrarán cada vez mayor eco, como lo encontraron en todo el mundo las palabras de los apóstoles, simples pescadores de Galilea.

Me parece que este es justamente el mensaje esencial del libro Introducción al cristianismo. Por eso es tan importante tomar en consideración la personalidad de su autor. Joseph Ratzinger era conocido en todo el mundo como ilustre teólogo mucho antes de ser elegido Papa e incluso antes de ser nombrado Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Por este motivo, el actual pontífice ha gozado siempre de una sólida fama de amante de la Tradición, hasta el punto de ser mirado con cierta desconfianza desde los ambientes liberales que, por desgracia, ganan cada vez más posiciones en el mundo cristiano contemporáneo. Por alguna razón, la mentalidad común hace coincidir el conservadurismo con una estrechez de miras, cuando eso es completamente falso. El amor de Benedicto XVI por la Tradición es una mirada profunda, una sabia capacidad de captar la esencia íntima de las cosas.

A través de la preocupación por volver a los fundamentos del cristianismo que le caracteriza, el Papa no pretende sustraerse a los graves interrogantes que plantea el mundo; bien al contrario, responde con decisión, fundamentándose siempre en la eterna e inmutable Verdad. Por lo demás, el mundo cambia sólo externamente, y los interrogantes que plantea son los mismos de hace mil años. Tampoco debe cambiar, por tanto, el contenido de nuestras respuestas. Estoy profundamente convencido de que esta debe ser la actitud de todos los cristianos que deseen permanecer fieles a la eternamente joven Tradición de la Iglesia ante la enésima ofensiva del relativismo totalitario del que somos espectadores. Tal fidelidad a la tradición es profesada hoy con claridad por la Iglesia ortodoxa y por la Iglesia católica. Esto acerca sus posiciones y permite esperar una superación de las diferencias que existen actualmente entre ellas, en vistas a una colaboración fecunda en el anuncio de los valores cristianos. Este espíritu de fidelidad a nuestras raíces comunes impregna literalmente el libro de Benedicto XVI, que recomiendo encarecidamente tanto a los lectores ortodoxos como a todos los creyentes en Cristo, y también a aquellos que permanecen a la búsqueda de un camino que conduzca a la Verdad.


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