Esta carta es de la primavera de 2006. Aquí la pongo para que os acordéis de rezar por los protagonistas.
Muy queridos amigos:
¡Qué hermosos son los tiempos que nos tocan vivir!
Cada cuaresma nos encontramos con motivos para mirar con mayor optimismo e ilusión nuestra vida. Después del “Gran Ayuno” (como se denomina en ruso a la cuaresma), sabemos que inexorablemente viene la Pascua, el triunfo, la plenitud, la “medalla para los atletas”, la salud para los enfermos, el perdón de nuestros pecados… la consecución de las promesas.
Los acontecimientos que nos han tocado vivir el año pasado me mueven a hacer, junto con vosotros, un brindis por la familia.
Hay una película de la época soviética que por estas tierras todos conocen casi de memoria. En una escena, con cierto tono de humor, brindan de esta manera: “Mi tío desea comprar una casa, pero no tiene tanto dinero; puede comprar una cabra, pero no es este su deseo. Brindemos para que nuestros deseos siempre coincidan con nuestras posibilidades”.
¿Cuáles son los deseos de una pareja al contraer matrimonio? ¿Cuáles son los deseos de los esposos respecto a su vida común? ¿Y de los padres respecto a sus hijos y a la vida familiar? Seguramente cada uno de vosotros, queridos amigos, podríais responder mucho mejor que yo.
Por mi parte, soy consciente de las muchas veces en que las circunstancias de la vida nos hacen pensar que “no podemos más” y corremos el riesgo de tirar la toalla. Pero eso no sería propio de un auténtico “brindis”. Quisiera contaros dos historias de por aquí.
La primera, de una mujer de más de cincuenta años, cristiana (no católica). Hasta hace poco vivía en nuestra ciudad y trabajaba como profesora de universidad. A su vez colaboraba muy activamente en una iglesia protestante de la ciudad, siendo responsable de varios grupos de la ciudad y de varios pueblos. El año pasado pasó a vivir en un pueblo, con los padres de su marido, en una casa sin gas ni agua corriente, dejando todas las actividades anteriores y dedicándose a cuidar de las vacas y a hacer todas las tareas del hogar en condiciones muy distintas. Por ser la única cristiana entre musulmanes, el abuelo sólo acepta su comida si hay alguien delante y la abuela no deja de manifestarle sus quejas. No le dejan hablar por teléfono. El marido ha dejado de trabajar y ha caído en la bebida; un hijo que se había casado hace dos años y vivía en la ciudad, se ha divorciado por volver a las drogas y se ha ido a vivir con ellos, robando en casa para conseguir lo que necesita… Y todo eso, además, sin ninguna muestra de agradecimiento y aislada de su comunidad creyente, pues rara vez puede salir del pueblo.
Eso sí, cuando lo hace suele venir a vernos. La penúltima vez fue antes de trasladarse. Aún no estaba bien convencida de qué hacer, pues otras voces le aconsejaban dedicarse más a las tareas de “evangelización” entre los de su raza (de mayoría musulmana). Pero finalmente vio que los primeros que tenía “evangelizar” con su ejemplo eran los de su propia familia. La segunda vez fue el pasado diciembre. Un jueves vino a nuestra iglesia a “recargar pilas” y charlar un rato. Al día siguiente nos volvimos a encontrar en el entierro de una conocida. En ese breve espacio de tiempo, su hijo pequeño se había caído del tejado, lesionándose gravemente la cabeza. Con todo, su expresión era de paz, pues, como me decía, había comprendido un poco más el amor de Cristo que, aún después de muerto y resucitado sigue sin recibir agradecimiento por parte nuestra, y que las circunstancias de nuestra vida no son algo externo a nuestra vida de fe, sino precisamente esas son las circunstancias que me conducen a la meta de nuestra unión con Dios. Incluso su marido había empezado a rezar sinceramente a Jesús junto con ella.
La segunda historia es de una chica de nuestra región que, antes de nuestra llegada hace 8 años, se había trasladado a Almaty para estudiar. Allí se hizo católica, por lo que sus padres la rechazaron de la familia. Con el tiempo, la chica conectó con unos jóvenes franceses que trabajan en la parroquia de Almaty dedicándose a los niños pobres. Ha estado dos años sirviendo a niños en barrios conflictivos de Nápoles. Hace poco me enteré de que sus padres, de profundas convicciones musulmanas, la han re-aceptado en la familia, porque se dan cuenta de que, de entre todos sus hijos, es la única que cree y ama de verdad a Dios.
Estos testimonios son los mejores brindis que se pueden ofrecer. Como veis, aquí también están convencidos de que “la familia sí importa”; idea que comparten no-católicos y no-cristianos.
Hace poco leí un poema de un autor ruso que dice que el Niño Jesús cuidaba un rosal para hacerse una corona con sus flores. Pero cuando crecieron las flores, las regaló a otros niños. “¿Cómo te harás la corona, si no te quedan ya flores?” Le dijeron. “Con las espinas que quedan”, contestó. Y así, concluye el poema, en vez de rosas, son gotas de sangre las que adornan su frente.
Jesús nos muestra que para que nuestras posibilidades coincidan con nuestros deseos, hay que amar sin esperar agradecimiento, sabiendo que la fidelidad a la familia, junto a Él, es el mejor deseo. Mirar a Cristo resucitado nos hace descubrir que, si nos decidimos de vez en cuando a ayunar de “rosas”, poniendo nuestros deseos en la felicidad de los demás, entonces seguramente podremos dar un paso adelante en la consecución de esos planes que anidamos en nuestro corazón quizá no tanto para nosotros mismos, cuanto para “los nuestros”.
Por cierto, ¿os dije que en la parroquia hemos plantado unos 20 rosales? Viendo alguno de ellos, me acuerdo especialmente de vosotros…
Con todo cariño, os recuerda y encomienda
Mn. José Luis
No deje de ver el vídeo: “Testigos de un renacer”. Lo tiene aquí
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