23 septiembre 2006

SACERDOTES EN KAZAJSTAN SHYMKENT

Esta vez transcribo una carta dirigida a los jóvenes. Estamos en el año 2005.

Queridos amigos:

Me sugieren que escriba este año a los jóvenes… y, si me permitís, os contaré un secreto, un testimonio, y una sugerencia.


Un pequeño secreto, porque no sabía cómo empezar; y con esas dudas me he dirigido a la capilla, a rezar ante Cristo, presente en el Sagrario. En cuanto me he arrodillado, me han venido estas palabras: “¡Bienaventurados los jóvenes!”
Sí. Cristo sólo tiene palabras de esperanza, estímulo y aliento para ellos. Es una dicha enorme ser joven, tener el corazón vibrante y lleno de vida.

La juventud a la que va dirigida la bienaventuranza no es temporal, no depende de la edad ni de la salud, ni se refiere a esa juventud que suele ser definida como “cierta enfermedad que se cura con el tiempo…”.


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Bienaventurados los jóvenes, porque con su entusiasmo abren nuevos caminos para las generaciones futuras. A ellos suele dedicar el Santo Padre sus mejores piropos: “vosotros sois la esperanza del mundo y de la Iglesia”, en vuestras manos ha depositado Dios el futuro de la humanidad, porque tenéis un gran potencial de bondad y creatividad. Y sabemos que Dios no os hubiera dado esa capacidad de soñar, sin daros también la posibilidad de convertir esos sueños en realidad.

Bienaventurados los jóvenes inconformistas que saben que todo cuanto está fuera de nosotros y frente a nosotros puede (y a veces debe) ser modificado por lo que hay dentro de nosotros, si ahí está Dios; pues Jesús mismo nos prometió “el que come mi carne y bebe mi sangre habita en Mí, y Yo en él” (Jn 6,56). No podemos olvidar que fue un joven el que logró sacar de Jesús una mirada de cariño tan expresiva que es la única de la que se nos habla en el Evangelio.

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Bienaventurados los jóvenes que, con su especial sensibilidad por la justicia y la solidaridad, siempre encuentran algo que ofrecer, algo para dar y compartir, incluso a sí mismos. Jesús les prometió que aquí en la tierra recibirán el ciento por uno, y, después, la vida eterna. Bienaventurados esos jóvenes, porque a ellos ofrece Jesús su mirada más cariñosa, y el puesto más cercano a su corazón.

Sí: ¡bienaventurados los jóvenes de espíritu, porque en ellos está depositado el futuro de vuestras (y nuestras) familias!
Como testimonio, permitidme compartid la carta que acabo de recibir poco antes de enviaros la mía. Es de un amigo francés que estuvo por Shymkent como profesor medio año y después se trasladó a las Maldivas, donde han sufrido las consecuencias del maremoto en Navidad:

“Querido José Luis, me alegro que te acuerdas de mi. Estoy bien, aquí en Maldivas la ola causada por el terremoto fue un desastre, muchos muertos, muchas casas destruidas. En otros lugares como el Sri Lanka fue peor todavía. Por suerte estaba en un barco, protegido por una isla en la cual varios niños fallecieron. He perdido mi empleo pero eso no es nada al lado de lo que sucedió a tanta gente. Ahora estoy pensando ir en la India, a ver si mi ayuda humilde pueda servir en algo. Ayer fuimos en Diffushi, una isla aislada, para limpiar las calles... Te deseo lo mejor para el año nuevo, y mucho cariño. Tu amigo. Matthieu".

Y, como sugerencia, quisiera ofreceros un texto para la reflexión:

Cierto día, un experto estaba dando una conferencia a un grupo de jóvenes. “Quisiera hacerles un pequeño examen...” -les dijo-. De debajo de la mesa sacó un jarro de vidrio, de boca ancha, y lo puso sobre la mesa. Luego sacó una docena de rocas del tamaño de un puño y empezó a colocarlas una por una en el jarro. Cuando el jarro estaba lleno hasta el tope y no podía colocar más piedras preguntó: “¿Está lleno este jarro?”.

Todos los asistentes dijeron “¡Si!”.

Entonces, dijo: “¿Están seguros?”. Y sacó de debajo de la mesa un balde de piedras pequeñas. Echó un poco de piedras en el jarro y lo movió haciendo que las piedras pequeñas se acomodaran en el espacio vacío entre las grandes. Cuando hubo hecho esto preguntó una vez más: “¿Está lleno este jarro?”. Esta vez el auditorio ya suponía lo que vendría y uno de los asistentes dijo en voz alta: "Probablemente, no".

“Muy bien” -contestó el conferenciante-. Sacó de debajo de la mesa un balde lleno de arena y empezó a echarlo en el jarro. La arena se acomodó en el espacio entre las piedras grandes y las pequeñas. Una vez más preguntó al grupo: “¿Está lleno el jarro?”. Esta vez, varios respondieron a coro: “¡No!”.

De nuevo el expositor dijo: “¡Muy bien!”. Luego sacó una jarra llena de agua y echó agua al jarro hasta que estuvo lleno hasta el borde.

Cuando terminó, miró al auditorio y preguntó: "¿Cuál creéis que es la enseñanza de esta pequeña demostración?”. Uno levantó la mano y dijo: "La enseñanza es que no importa qué llena esté tu vida. Si de verdad lo intentas, siempre podrás incluir más cosas…". "No" replicó el expositor, "ésa no es la enseñanza. La verdad que esta demostración nos enseña es: Si no pones las piedras grandes primero, no podrás ponerlas en ningún otro momento.

¿Cuales son, querido joven, las piedras grandes de tu vida? ¿Tu familia, tu fe, tu educación o tus finanzas, tu diversión…?

Los jóvenes de Shymkent son más o menos como los de Fraga. El “jarro” es el mismo, así como las piedras… y la vocación a la bienaventuranza! Rezad por ellos.

Junto con D. Marcelo, os recuerda y encomienda,
Mn. José Luis


No deje de ver el vídeo: Testigos de un renacer”. Lo tiene aquí



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